Crítica:CRÍTICA | ÉTNICA

El príncipe en el templo

No era la primera visita de Salif Keita a Valencia, pero sí la que le mostró más próximo a la tradición mandinga de la cual bebe este trovador descendiente directo del fundador de la dinastía que reinó en Mali desde el siglo XII. La vuelta a las raíces se notaba en la instrumentación, y sobre todo en la percusión, sustituida la batería por una calabaza de sonoridad bien diferente, amén del siempre bienvenido djembé y otros instrumentos menores que reforzaban y diversificaban el fondo rítmico de una propuesta más sobria que la ofrecida por Keita los últimos años, pero también más rica en...

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No era la primera visita de Salif Keita a Valencia, pero sí la que le mostró más próximo a la tradición mandinga de la cual bebe este trovador descendiente directo del fundador de la dinastía que reinó en Mali desde el siglo XII. La vuelta a las raíces se notaba en la instrumentación, y sobre todo en la percusión, sustituida la batería por una calabaza de sonoridad bien diferente, amén del siempre bienvenido djembé y otros instrumentos menores que reforzaban y diversificaban el fondo rítmico de una propuesta más sobria que la ofrecida por Keita los últimos años, pero también más rica en matices, como queda patente, por otro lado, en su último álbum, Mouffou, que establece línea directa con Soro (1987), una de las grabaciones más celebradas del músico malinés.

Salif Keita

Ciclo Jazz i altres músiques. Teatro Principal. Valencia, 22 de abril.

Con ese respaldo, el sugestivo sonido del arpa autóctona de seis cuerdas que daba el contrapunto a la guitarra eléctrica, y un discutible teclado, el príncipe mandinga dejó en segundo plano la creación de atmósferas que invitan al trance y apostó por la danza, rogando literalmente al público que se levantara de las butacas y convirtiendo el templo de las artes escénicas en improvisada pista de baile, donde quien más y quien menos trataba de emular el juego corporal de Aminata Doumbia y Assitan Diarra, las dos espléndidas vocalistas y bailarinas que daban chispeante réplica a la voz desgarrada y melancólica del gran cantante africano. Pero no todo el monte es orégano ni todas las canciones de Salif Keita son para dar saltos, como quedó patente en el único bis, que el príncipe trovador concedió sólo arropado con la guitarra acústica, tal y como concibe sus cantos a la esperanza.

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