El fracaso de la perversión italiana
Al fútbol español le cabe el honor de haber actuado de dique. Se resistió durante años a un mensaje que invadió al mundo, al mensaje que llegaba desde Italia. Los equipos españoles prefirieron atender al legado de Cruyff y al de todos aquellos que cuestionaban la aparente supremacía del calcio. Lo han hecho con inteligencia y sin ingenuidad a través de un equilibrio donde lo táctico es importante pero no exclusivo, donde los buenos jugadores son esenciales para jugar -en el término estricto de la palabra-, donde el buen uso del balón determina una suerte de superioridad moral que merece...
Al fútbol español le cabe el honor de haber actuado de dique. Se resistió durante años a un mensaje que invadió al mundo, al mensaje que llegaba desde Italia. Los equipos españoles prefirieron atender al legado de Cruyff y al de todos aquellos que cuestionaban la aparente supremacía del calcio. Lo han hecho con inteligencia y sin ingenuidad a través de un equilibrio donde lo táctico es importante pero no exclusivo, donde los buenos jugadores son esenciales para jugar -en el término estricto de la palabra-, donde el buen uso del balón determina una suerte de superioridad moral que merece trasladarse al resultado, donde la victoria se respeta en lo que vale, pero sale discutida, y hasta rechazada, si se avala por un fútbol miserable, el fútbol que inexplicablemente se proclama en un país que siempre ha entendido la belleza como un motor de vida y progreso. Por ahí deberían comenzar a quejarse los periódicos italianos. Porque el cataclismo de sus equipos sólo es la consecuencia de una mirada mezquina y perversa. De su fealdad.