OPINIÓN

La afición a la pobreza

El domingo a mediodía, en las transitadas calles del bajo Albaicín, todos los excrementos de perro, al margen de su consistencia, lucían una bandera. Realmente era un espectáculo inédito contemplar las porquerías de los animales, esparcidas al azar, decoradas con primor con un banderín de cartón y un mástil de madera en el que rezaba una leyenda alusiva a la suciedad y a la falta de civismo.

Uno, por un momento, no sabía si reír, ponerse en posición de firmes o cantar el cumpleaños feliz, pero la duda fue sustituida por el asombro cuando nos topamos con una de las cuadrillas de vecinos ...

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El domingo a mediodía, en las transitadas calles del bajo Albaicín, todos los excrementos de perro, al margen de su consistencia, lucían una bandera. Realmente era un espectáculo inédito contemplar las porquerías de los animales, esparcidas al azar, decoradas con primor con un banderín de cartón y un mástil de madera en el que rezaba una leyenda alusiva a la suciedad y a la falta de civismo.

Uno, por un momento, no sabía si reír, ponerse en posición de firmes o cantar el cumpleaños feliz, pero la duda fue sustituida por el asombro cuando nos topamos con una de las cuadrillas de vecinos encargada de señalar los excrementos y observamos la pericia con que iban colocando los pendones en cada deposición animal. ¿Desconocían la naturaleza surrealista de la obra que estaban construyendo? ¿Eran conscientes de que actividades menos audaces han sido exhibidas con éxito millonario en ARCO?

La serena contemplación de sus creaciones fue interrumpida por el fragor de las bocinas de tres furgonetas con la pintura deteriorada pero forrada sin demasiado tino con fotos y estampas en torno a las cuales se congregaba la indolente muchedumbre del domingo con un afán misterioso. Al volante de la primera de ella iba un hombre gordo que sonreía beatíficamente y movía los brazos como un rey de oriente en la cabalgata de Navidad mientras musitaba palabras de agradecimiento. El tipo que levantaba tanta curiosidad era el padre de Rosa, la cantante de Operación Triunfo, que de este modo reclamaba el favor de las gentes hacia su hija.

Era un buen momento, sin duda, para reflexionar sobre por qué Granada ocupa, desde hace años, el último lugar de España en la relación de renta por cabeza. El periódico informe del BBVA se ha convertido en un mal sueño sobre la impotencia de la provincia para avanzar algunos puestos en el maldito listado de la pobreza. Bien es cierto que un año remontó hasta el penúltimo escalón pero fue un espejismo y pronto la provincia recuperó su paradójica estabilidad en el abismo.

Los diarios locales han repetido durante tantos años el titular sobre el atraso económico y la falta de iniciativa que ha perdido su capacidad de despabilar las conciencias. En cierto modo, el informe viene a ser una confirmación de un tipo de anormalidad tan familiar que se ha convertido en norma. Quizá la única forma de abandonar la cabeza de la desdicha consista en suspender la publicación del informe del BBVA, lo que sería interpretado por los grupos conservacionistas como un atentado a las tradiciones locales.

Como única salida los representantes sociales y políticos han fundado un Consejo Económico y Social que es una especie de máquina de generar encuestas que su vez prohijarán informes de los que se deducirán diagnósticos que quizá se pongan en práctica dentro de diez años, cuando esté funcionando el campus de la Salud, el único proyecto de enjundia en que está embarcada la provincia. Para entonces, quizá hayamos triunfado diez veces en Eurovisión y los excrementos con bandera tengan la consideración de arte povero o de pobres.

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