Columna

La asesina del diván

Mi amiga acudía al psicoanalista los lunes, miércoles y jueves a primera hora de la tarde, antes de regresar a la oficina. Esos días procuraba comer ligero, porque cuando se tumbaba en el diván le daba un sueño que no siempre era capaz de controlar. El psicoanalista tampoco. Un día se quedaron dormidos hasta media tarde, y se despertaron los dos de golpe, aunque hicieron como que no había pasado nada.

Durante el tiempo que permaneció dormida, mi amiga soñó que al llegar a la consulta veía sobre la almohada del diván unos pelos rojizos del anterior paciente que se adherían a su nuca dura...

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Mi amiga acudía al psicoanalista los lunes, miércoles y jueves a primera hora de la tarde, antes de regresar a la oficina. Esos días procuraba comer ligero, porque cuando se tumbaba en el diván le daba un sueño que no siempre era capaz de controlar. El psicoanalista tampoco. Un día se quedaron dormidos hasta media tarde, y se despertaron los dos de golpe, aunque hicieron como que no había pasado nada.

Durante el tiempo que permaneció dormida, mi amiga soñó que al llegar a la consulta veía sobre la almohada del diván unos pelos rojizos del anterior paciente que se adherían a su nuca durante la sesión, pasando a formar parte de su propio cabello.

Durante sucesivas sesiones, siempre dentro del sueño, comprobaba también que el psicoanalista había perdido la costumbre de sacudir la colchoneta del diván entre paciente y paciente, de manera que cuando ella entraba veía la huella del anterior y procuraba adaptarse a ella como a un molde. Poco a poco, en fin, mi amiga se iba convirtiendo en un hombre pelirrojo que vivía con su madre, a quien odiaba, y un loro que absurdamente vivía dentro de la nevera.

Nunca se atrevió a analizar este sueño, aunque desde entonces observaba con aprensión el diván antes de tumbarse. Un día el psicoanalista le preguntó qué hacía.

-Miro si hay pelos del paciente anterior.

-¿Qué le pasa con los pelos?

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-No me pasa nada con los pelos, pero no me gustan ni en la sopa ni en el diván.

-¿Por qué asocia la sopa al diván?

-No he asociado nada.

-Ha dicho que no le gustan los pelos ni en la sopa ni en el diván.

El psicoanalista de mi amiga tenía la virtud de sacarla de quicio cuando se ponía insistente.

-Dejemos eso- dijo ella.

-Como usted quiera- respondió el psicoanalista.

Mi amiga se quedó callada, pero rabiosa. Se callaba por rabia, lo que a su vez la enfurecía más, porque había llegado a calcular el precio de la sesión por minuto (180 pesetas, o 1,08 euros) y le parecía que permanecer callada era como tirarlo a la basura

-Sabe -dijo al fin-, algunos días lo mataría.

El psicoanalista no respondió, de modo que mi amiga continuó desarrollando sus fantasías asesinas:

-Si le pudiera matar con el pensamiento, sólo con el pensamiento, sin necesidad de mover un dedo, seguramente usted estaría muerto hace tiempo. Muchas veces he imaginado esa posibilidad. Usted se muere y yo me voy a otro psicoanalista al que mato también. Siempre me han gustado las películas de asesinos en serie. Del mismo modo que hay asesinos de mendigos y de ingenieros y de prostitutas, yo me especializaría en el asesinato de psicoanalistas. Parece que estoy viendo los titulares de los periódicos: 'La asesina del diván ataca de nuevo'.

Mi amiga hablaba y hablaba, cuando de súbito calculó que había llegado la hora sin que el psicoanalista dijera nada. Entonces, volvió la cabeza hacia atrás y vio que estaba muerto. Dios mío, está muerto, está muerto.

Lo primero que se le ocurrió fue salir corriendo, pero enseguida calculó que tendría un fichero con pacientes o algo parecido y que la policía no tardaría en localizarla. Estaba paralizada por el miedo. Entonces se tumbó de nuevo en el diván, cerró los ojos y se dijo: haré como que estoy dormida durante unos minutos y cuando los vuelva a abrir todo esto habrá sido un sueño.

En efecto, a los pocos minutos abrió los ojos y oyó la respiración de su psicoanalista.

-No está muerto, dijo con alivio.

-¿Por qué habría de estarlo?, preguntó él. ¿Ha soñado eso, que se psicoanalizaba con un muerto?

-¿Es que me he quedado dormida?

-Sí, y no es la primera vez. Deberíamos analizar eso.

-Como quiera.

-Pero hoy no, ya es la hora.

Mi amiga se levantó del diván y abandonó la consulta para no regresar jamás. Procuraba no dormir después de comer porque tenía pesadillas de crímenes. Se casó con un pelirrojo con el que coincidía por las noches en el ascensor de su casa y que solía echar una cabezada en el sofá a la hora de la siesta.

Cuando se levantaba, dejaba adheridos al cojín del sofá unos pelos rojizos que mi amiga recogía e introducía en la sopa.

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