Crítica:

Un humanista

Llegó Daniel Barenboim una vez más a Madrid y el total de la melomanía se agitó. Escuchar al gran pianista bonaerense, artista inmenso de carrera triunfal, en dos sonatas de Beethoven y en las seis primeras iberias, de Albéniz, suponía una jornada aparte, con continuación ayer en el recital para Juventudes Musicales de Madrid con las tres últimas sonatas de Beethoven. Estos acontecimientos provocan un ambiente especial, entre cálido y expectante, del que el intérprete debe salir moralmente a hombros. Y así fue.

Las sonatas número 15 y número 28, de Beethoven, no sól...

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Llegó Daniel Barenboim una vez más a Madrid y el total de la melomanía se agitó. Escuchar al gran pianista bonaerense, artista inmenso de carrera triunfal, en dos sonatas de Beethoven y en las seis primeras iberias, de Albéniz, suponía una jornada aparte, con continuación ayer en el recital para Juventudes Musicales de Madrid con las tres últimas sonatas de Beethoven. Estos acontecimientos provocan un ambiente especial, entre cálido y expectante, del que el intérprete debe salir moralmente a hombros. Y así fue.

Las sonatas número 15 y número 28, de Beethoven, no sólo constituyen páginas cimeras, sino que, además, encierran -en la sustancia y en la forma- no pocos enigmas meramente musicales y pianísticos. Aún hoy, pasados tantos años, sorprenden si volvemos a escucharlas en una versión tan honda, noble y trascendente como la de Barenboim, literalmente irrepetible.

Concierto extraordinario (Ibermúsica-Mundo en Armonía)

D. Barenboim, pianista. Auditorio Nacional. Madrid, 27 de febrero.

Desde Evocación hasta Tirana, cada una de las iberias, hijas todas de un pensamiento genial, original y maduro, plantean emociones diversas a través de un españolismo auténtico pero imaginario. Albéniz no acudió, salvo un par de veces, al dato popular. Y sobre creación, recreación: Barenboim, tras meditarlas y asimilarlas largamente, se lanza a esta aventura mágica y descubridora, rigurosa y emocionante.

Barenboim domeña los técnicos para presentar una Iberia poética y serena -como entendía Albéniz su música-; penetra en la interhistoria del ser meridional español a través de inusitadas bellezas sonoras. No es necesario insistir. Decía Fauré que 'sólo hay un Albéniz digno de llamarse Albéniz'. Otro tanto podría afirmarse de Barenboim, gran humanista de la música y en la música.

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