Un bosquimano en La Latina

CUANDO A ISIDORO Valcárcel Medina se le pregunta cómo sobrevive un hombre que dice no, recorre con la mirada la pequeña buhardilla del barrio de La Latina que le sirve de vivienda y estudio: 'Vivo aquí. Las incomodidades de sobrevivir en ciertas condiciones están pagadas con la libertad de decir, se ponga por delante quien se ponga, no me da la gana. Prefiero ser contable de un banco para hacer lo que hago que no hacer lo que hago para vivir del arte. Además, el grado de necesidad de consumo es muy variable... Uno puede llegar a querer algo hasta el punto de convencerse de que lo necesita. El ...

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CUANDO A ISIDORO Valcárcel Medina se le pregunta cómo sobrevive un hombre que dice no, recorre con la mirada la pequeña buhardilla del barrio de La Latina que le sirve de vivienda y estudio: 'Vivo aquí. Las incomodidades de sobrevivir en ciertas condiciones están pagadas con la libertad de decir, se ponga por delante quien se ponga, no me da la gana. Prefiero ser contable de un banco para hacer lo que hago que no hacer lo que hago para vivir del arte. Además, el grado de necesidad de consumo es muy variable... Uno puede llegar a querer algo hasta el punto de convencerse de que lo necesita. El hecho de no dar gusto al mundo, por decirlo de una forma católica, no te debe permitir que el mundo te mantenga'.

2.000 d. de J. C.

Isidoro Valcárcel Medina. Entreascuas. Madrid, 2001. 2.000 páginas. 81,14 euros.

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Los últimos cinco años, Valcárcel Medina los ha ocupado en dos actividades: escribir 2.000 d. de J. C. y, caso insólito, convencer a la Fundación Tàpies para que no hicieran una gran retrospectiva de su obra: 'Una retrospectiva pierde el mordiente. El poder pide: 'Dígame lo que yo quiero oír. Enséñeme las cosas que usted hizo cuando era joven'. Finalmente, la fundación barcelonesa acogerá en otoño un proyecto nuevo y publicará, eso sí, un amplio catálogo con la obra del artista.

La escritura de 2.000 d. de J. C. contó con la colaboración de los que patrocinaron cada página y con las trabas de la Real Academia de la Historia, que impidió a Valcárcel consultar su biblioteca. Con todo, ahí quedan dos volúmenes con dos mil páginas y dos mil historias: unos amantes que se comunican con cometas, Franco viendo rechazado su ingreso en la masonería, la invención de una azada, la multitud de reflexiones en torno a Dios o a la arquitectura ('el románico es superior al gótico no por su austeridad, sino por su respeto a lo necesario'). Ahí está también una de las historias favoritas de su autor, la referida a 1905, año de la última referencia escrita a un artista bosquimano, asesinado a tiros en la reserva indígiena de Witteberg. El texto cita a un colono que escribe: 'Llevaba sobre sí, colgando de la cintura, dos pequeños recipientes hechos de cuerno, cada uno con un color diferente de pintura'. Valcárcel añade que el pueblo bosquimano, el más antiguo de África, es tal vez el único que ha usado la expresión plástica como distintivo. 'Todos los testimonios confirman que entre su escasísimo atuendo se incluía la pintura lista para decorar el territorio'. Esto, continúa, confirma que 'en las sociedades iletradas y de tradición popular, cualquier miembro de ellas es artista, y, esto es lo meritorio, se comporta como tal. El pintor que conocemos únicamente lleva los colores cuando va a pintar; el artista bosquimano los llevaba siempre. Ante ellos, nómadas por naturaleza, las domesticadas campañas de señalización de algunos artistas conceptuales resultan un patético remedo (...) En nuesto medio sólo los rotulistas de escaparates y algunos autores de graffiti guardan un pálido parangón con los bosquimanos'.

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