CARTAS AL DIRECTOR

Bourdieu y Cela

El tratamiento informativo que han dado los medios españoles de comunicación a la desaparición de Pierre Bourdieu ha sido muy cicatero. La glorificación institucional y mediática de que ha sido objeto, casi en paralelo, Camilo José Cela con ocasión de su muerte subraya, más allá de la inevitable preferencia nacional, la desigualdad de los baremos. Cela es uno de los grandes novelistas en lengua española de la segunda mitad del siglo XX, pero su circulación internacional, a pesar del marchamo del Nobel, ha sido más bien modesta. En cualquier caso, como figura mundial, la presencia de Bourdieu e...

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El tratamiento informativo que han dado los medios españoles de comunicación a la desaparición de Pierre Bourdieu ha sido muy cicatero. La glorificación institucional y mediática de que ha sido objeto, casi en paralelo, Camilo José Cela con ocasión de su muerte subraya, más allá de la inevitable preferencia nacional, la desigualdad de los baremos. Cela es uno de los grandes novelistas en lengua española de la segunda mitad del siglo XX, pero su circulación internacional, a pesar del marchamo del Nobel, ha sido más bien modesta. En cualquier caso, como figura mundial, la presencia de Bourdieu en el campo de las ciencias sociales es claramente superior a la de Cela en literatura y sólo comparable en el espacio de los escritores en español con el prestigio y con la notoriedad de un Borges, un García Marquez o un Octavio Paz.

La parvedad de la cobertura mediática de Bourdieu en España me parece responder en primer lugar al principio de la redundancia que domina la comunicación de masa: Bourdieu es poco conocido, luego hablemos poco de él; en segundo término, a la literaturización del análisis mediático de la sociedad, confiado, no a los sociólogos presentes en los medios, pero autoenclaustrados en el comentario político, sino a los ensayistas y literatos a quienes la obra de Bourdieu -casi 350 publicaciones- no les es especialmente familiar; finalmente, a la opción radical del Bourdieu de la última década, que tan mal se compadece con la tendencia al consenso ideológico-intelectual propio del pensamiento único.Precisamente por ello, en este momento de unanimidades triunfantes, el diario EL PAÍS no debería desaprovechar para explorar las cuestiones decisivas que encuadran la reflexión/acción alternativa: ¿qué vigencia y qué alcance puede tener la contestación radical que ejercen los grandes intelectuales críticos, personificada estos últimos años en particular por Chomski y por Bourdieu? ¿Cómo podrá generar ese pensar la sociedad una investigación social alternativa, de la que los intentos de Habermas -en su fase de Stanberg-, o las investigaciones más pegadas a lo real de Bourdieu - Los herederos, La distinción, Nobleza de Estado- han mostrado los límites y las dificultades? Y sobre todo, ¿cómo podrá el pensamiento social-crítico dar respuesta inmediata a la urgencia de los excluidos que no pueden esperar más? ¿Cómo podrá, sin renunciar a su vocación científica, transformar sus supuestos teóricos y su apuesta ideológica en un nuevo proyecto de sociedad articulado en propuestas concretas y operativas? ¿Son científicamente válidos los atajos analíticos, calificados por algunos de prédicas y panfletos, del Bourdieu posterior a La miseria del mundo? ¿Son últimamente útiles las airadas denuncias de Chomski a las que se acusa de no tener un más allá? ¿Cabe, en definitiva, conciliar radicalidad teórico-ideológica, eficacia alternativa y progreso social? Es evidente que la concelebrada apoteosis literario-politico-mediatico-institucional de Cela transcurrió felizmente al margen de tan fastidiosas preguntas.

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