Columna

El fiscal y el voto de silencio

El silencio es uno de los atributos que forman el estereotipo de los jueces y de los fiscales. Por lo común, ni unos ni otros hablan con los usuarios de la Justicia, sólo dictaminan, firman, sentencian, envían suplicatorios y redactan autos. Cuando se accede a la Real Chancillería de Granada, sede del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, un silencio concentrado como la sopa cósmica de los primeros segundos del Universo agobia al visitante, que tiene la impresión de haber ingresado en un tipo de clausura no diferente de la religiosa. La impresión se acrecienta en cuando se cruza con tipo...

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El silencio es uno de los atributos que forman el estereotipo de los jueces y de los fiscales. Por lo común, ni unos ni otros hablan con los usuarios de la Justicia, sólo dictaminan, firman, sentencian, envían suplicatorios y redactan autos. Cuando se accede a la Real Chancillería de Granada, sede del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, un silencio concentrado como la sopa cósmica de los primeros segundos del Universo agobia al visitante, que tiene la impresión de haber ingresado en un tipo de clausura no diferente de la religiosa. La impresión se acrecienta en cuando se cruza con tipos silenciosos vestidos de oscuro y rostro de circunstancias, que portan graves carteras de cuero y que parecen ir o venir del coro de cantar las laudes o de colocarse en el cuerpo alguna disciplina.

Esa perenne seriedad que sufren en general los jueces y los fiscales genera en los administrados una sensación de temor irracional, pues son conscientes de que en las solemnes salas y en los despachos de piedra que ocupan estos individuos ignotos y mudos se resuelven asuntos de vital importancia para sus intereses, tales como la proclamación de los inocentes y de los culpables.

Los juzgadores, en efecto, no suelen platicar con las personas que son conducidas ante ellos. A lo sumo, los someten a esa complicada ceremonia que acontece en las salas de juicio que incluye ponerse de pie, sentarse, ponerse de pie, hablar cuando pregunten y no meter jamás las manos en los bolsillos, una circunstancia esta última que lleva aparejada la reprobación pública del presidente.

Es comprensible que los usuarios de la justicia recelen de los juzgadores, en particular por esa resistencia a pisar el mundo y conversar sin utilizar ritos extraños o perífrasis incomprensibles.

Dos médicos de Granada han estado a punto de ingresar en la prisión de Albolote para cumplir una condena de ocho meses por un aborto cuya ilegalidad consiste en una cuestión casi metafísica. ¿Eran conscientes o no de que no podían practicar una interrupción del embarazo si el certificado estaba firmado por una psicóloga en lugar de por una psiquiatra?

Los magistrados del Supremo, con el desacuerdo de uno de ellos, condenaron a los médicos y a partir de ahí se puso en marcha un diabólico y ciego mecanismo legal que conduce al calabozo por encima de cualquier circunstancia decisiva. Jesús García Calderón, el fiscal jefe del TSJA, es uno de los pocos profesionales de la Justicia que no respeta el voto de silencio que pesa en el cenobio de Plaza Nueva. No sólo habla, sino que transmite la impresión de que ama las tertulias y se siente a gusto en compañía. En realidad habla sin parar (conferencias, entrevistas, llamadas de teléfono) y esta inclinación dialéctica inclina a su interlocutor a la confianza.

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La decisión personal de suspender el ingreso en prisión de los médicos, y de frenar el consiguiente escándalo que vincularía a Granada una vez más en la herencia de la Inquisición, es fruto de ese sentido de la realidad que genera el contacto con el prójimo y que confiere a la justicia un sentido exclusivamente humano.

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