OPINIÓN DEL LECTOR

¡Sálvese quien pueda!

Soy una joven de 27 años que acostumbro a leer este periódico cuando me dirijo al trabajo en la línea 4 de metro. Tras bajarme en Mar de Cristal, tomo el autobús 125 en dirección a Ramón y Cajal. El lunes pasado este autobús estaba repleto desde su segunda parada, circunstancia que se repite a menudo a primera hora de la mañana. Dada la cercanía de su parada con el hospital Ramón y Cajal, en el autobús hay una notoria presencia de personas mayores de 60 años.

Esa mañana, como tantos otros días, el calor era agobiante, y a eso se sumó la circunstancia agravante de que el autobús estaba t...

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Soy una joven de 27 años que acostumbro a leer este periódico cuando me dirijo al trabajo en la línea 4 de metro. Tras bajarme en Mar de Cristal, tomo el autobús 125 en dirección a Ramón y Cajal. El lunes pasado este autobús estaba repleto desde su segunda parada, circunstancia que se repite a menudo a primera hora de la mañana. Dada la cercanía de su parada con el hospital Ramón y Cajal, en el autobús hay una notoria presencia de personas mayores de 60 años.

Esa mañana, como tantos otros días, el calor era agobiante, y a eso se sumó la circunstancia agravante de que el autobús estaba tan lleno que me fue imposible acercarme al conductor para decírselo. No habían pasado más de 10 minutos desde que había subido cuando me sentí mareada y sin darme cuenta me vi en el suelo desmayada y sin fuerzas para levantarme. No recuerdo haber perdido el conocimiento por completo, pero sí soy consciente de haber estado agachada en esa posición durante unos minutos sin que nadie, absolutamente nadie de los muchos pasajeros que me habían visto venirme abajo, fuera capaz de preocuparse por mi estado.

Parece que ni siquiera ha hecho mella el eco mediático otorgado al fallecimiento del chico enfermo de anorexia nerviosa, desmayado en el Metro de Madrid y arrojado a la calle por un agente de seguridad contratado para velar por nuestra seguridad en el transporte público.

Estos hechos despiertan en mí el mayor sentimiento de incomprensión hacia las personas que no son capaces de ayudar a quien lo necesita y mi único deseo es que este tipo de gente sea una excepción.

Yo he podido ver cómo personas mayores no reaccionan ni ayudan a quien sufre un desmayo en medio de un autobús a las nueve de la mañana, y me pregunto si será un acto de cobardía para 'evitar problemas' o si en esta sociedad en la que habitamos sigue vigente el famoso y bélico lema del 'sálvese quien pueda'.

Una vez más ha quedado demostrado que la falta de civismo de la que constantemente se nos acusa a la juventud abunda más de lo que creemos entre la gente 'mayor', que tanto presume de su correcto comportamiento y se considera modelo y ejemplo de educación.

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