Columna

3 asesinatos 3

En la localidad murciana de Santomera, una mujer ha estrangulado a dos de sus hijos, de 4 y 6 años de edad, mientras dormían. La carne de la inocencia se esparcío por el lecho, con el estupor en la mirada y la cinta violácea de la muerte, ciñéndoles el cuello. Las criaturas soñaban una confusa pelota, cuando sopló un intenso aroma de flores por las calles y el horror de todo un pueblo. El móvil es el extravío, una cegadora fosforescencia de desquites y una mariposa helada libando dos corazones en rodaje, de los que no hay dios que extienda certificado de garantía. Cómo descifrar, pues, el espa...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

En la localidad murciana de Santomera, una mujer ha estrangulado a dos de sus hijos, de 4 y 6 años de edad, mientras dormían. La carne de la inocencia se esparcío por el lecho, con el estupor en la mirada y la cinta violácea de la muerte, ciñéndoles el cuello. Las criaturas soñaban una confusa pelota, cuando sopló un intenso aroma de flores por las calles y el horror de todo un pueblo. El móvil es el extravío, una cegadora fosforescencia de desquites y una mariposa helada libando dos corazones en rodaje, de los que no hay dios que extienda certificado de garantía. Cómo descifrar, pues, el espanto del suceso y de las víctimas, para quienes la vida llegaba apenas a la punta del lapicero, muy lejos del podrido mundo de los adultos. Tal vez algún lírico anglosajón y lakista, disponga su métrica para descifrarlo: el láudano de Coleridge, la utopía de Wordsworth o la indagación de Thomas de Quincey en El asesinato considerado como una de las Bellas Artes; ensayo que no debió interesar apenas a Truman Capote: su nuevo periodismo, su novela reportaje, iba en pos de la sangre fría, pero no de la España ardiente y alucinada.

Sí que lo discernió un suspicaz gacetillero de provincias, cuando en una ciudad mediterránea se descubrió el cadáver de un hombre desaparecido meses antes. Sobre la tierra húmeda del lugar del hallazgo, los forenses recompusieron el esqueleto, como un rompecabezas, aunque tardaron lo suyo, hasta dar con una escápula extraviada: era un tipo corpulento, a quien golpearon y sepultaron posiblemente vivo. Poco después, la policía detuvo a un empleado de la víctima, a quien llamaban El Castellà. Y entonces el gacetillero, lector de Thomas de Quincey, se inflamó: 'Ese hombre nos ha desacreditado. En la región levantina, en estas tierras meridionales en la que dejaron sedimentos los árabes, éramos impulsivos y se realizaban los grandes actos de forma espontánea, y cuando el crimen guiaba nuestro brazo llegábamos a los más gloriosos o trágicos extremos. Este hecho ha sido realizado por un siniestro hijo del Norte o de Castilla'. De antología.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En