Crítica:ARTE

Portugal trae a Madrid lo mejor de sus creadores surrealistas

La cultura de Portugal deja a partir de hoy en Madrid su más preciada gema: los sueños de sus artistas. El surrealismo, ese pensar que guió tres décadas del quehacer artístico europeo hacia el caprichoso vivir del inconsciente, llega para ofrecer hasta febrero una panorámica de su rica versión pictórica lusitana desde el museo lisboeta del Chiado hasta el Círculo de Bellas Artes, con parada previa en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo, coorganizador de un evento montado con delicadeza y entusiasmo.

La muestra Surrealismo de Portugal brinda durante este mes ...

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La cultura de Portugal deja a partir de hoy en Madrid su más preciada gema: los sueños de sus artistas. El surrealismo, ese pensar que guió tres décadas del quehacer artístico europeo hacia el caprichoso vivir del inconsciente, llega para ofrecer hasta febrero una panorámica de su rica versión pictórica lusitana desde el museo lisboeta del Chiado hasta el Círculo de Bellas Artes, con parada previa en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo, coorganizador de un evento montado con delicadeza y entusiasmo.

La muestra Surrealismo de Portugal brinda durante este mes una oportunidad -única en Madrid- para conocer las principales obras de los artistas lusos que se expresaron en este estilo señaladamente europeo. La exposición incluye pinturas, poemas, libros, dibujos, fotografías, esculturas, collages y cadáveres exquisitos, divertidos montajes de factura mixta, realizados entre 1934 y 1952 en el país vecino, adonde esta corriente llegó, como a España, de forma algo tardía.

El periodo comprendido entre ambas fechas define el nacimiento, despliegue y pujanza de la creación y desarrollo de la obra de un puñado de escritores y artistas plásticos portugueses. Juntos abrazaron el credo artísticamente más subversivo del siglo recién fenecido con una fuerza creativa insospechada en Portugal. Empero, sus exponentes sufrieron en su mayoría la represión del régimen del autócrata Oliveira Salazar, cuya policía política, la PIDE, marcó, acosó y consiguió exiliar a buena parte de aquéllos.

Como en Francia lo hicieran Luis Aragon y Paul Eluard, o en España el propio Rafael Alberti, muchos de los creadores del surrealismo portugués militaron en las filas del Partido Comunista, a excepción de Costa Pinto, tal vez el artista que, cromáticamente, evoluciona más, con su acceso a territorios lumínicos tan sólo explorados por el catalán Joan Miró.

El surrealismo, definido por unos como suprarrealismo y por otros como una manera de hacer arte que busca situarse por debajo del plano de lo real, surgió en Francia en los años veinte del siglo XX, tras un primer manifiesto redactado por el pensador André Breton. Esta corriente, inicialmente poética, expandida luego a las artes plásticas, halló sus cimientos en la indagación del mundo de la psique, más señaladamente en el ámbito del inconsciente, investigado con hondura por el psiquiatra vienés Sigmund Freud. Éste se había inspirado en el francés Charcot.

El magma del subconsciente les revelaba que las pautas normativas que la razón adquiere en la esfera de la actividad consciente -la moral y la lógica incluidas-, en el profundo magma del inconsciente nunca han existido. Por ello, este lugar se convierte, para muchos pensadores europeos de entreguerras, en el escenario literario por antonomasia, habida cuenta de su otreidad, su rareza y su libertad.

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Invocación subversiva

Empero, el subconsciente se organiza y vertebra de manera similar a la de un lenguaje, código que las obras de los surrealistas portugueses Dacosta, Cesariny, Leiría, Domínguez, Azevedo o Moniz, ahora en Madrid, invocaban en cada una de sus manifestaciones. Y ello para descubrir sus caprichosas y subversivas cadencias: en ellas se revela en toda su plenitud figurativa, también abstracta, el universo del deseo; en su seno resuena con fuerza la eterna actualidad del arte.

En esta pugna por hacer aflorar la entraña de la psique, que en España llegó, con impronta mediterránea, de la mano de Salvador Dalí y cobró inusitado alcance en el cine de Luis Buñuel, los surrealistas portugueses, especialmente su precursor, António Pedro, siguieron la trayectoria que lleva desde los sueños hasta parajes aún más insondables del yo, dejando a su paso la estela de una zarabanda de objetos, elementos comunes del lenguaje surrealista, que adquieren la entidad de símbolos: lunas, senos, cuernos, falos, labios, ojos...

Todos ellos son arrancados con la maestría de un Marcelino Vespeira o el sarcasmo de un Jorge Vieira de sus ámbitos figurativos propios para ser incrustados sobre paisajes desalmados o superpuestos en planos diferentes, mediante operaciones evocadoras de la desarticulación en la que coexisten, desprovistas de historia, las sustancias de las que parecen estar formados los sueños. Es el caso del fotógrafo Fernando Lemos, uno de los grandes creadores lusitanos, que consigue efectos de verdadera resonancia en el subconsciente del observador mediante sus exploraciones a través de redes y tramas superpuestas, bajo las cuales se averiguan sombras y órganos, asimismo en nuevas mallas y tramas enredados...

En esta exposición -de entrada gratuita- resulta evidente el esfuerzo de su comisaria, María Jesús Ávila, extremeña experta en historia del arte y conservadora del museo lisboeta del Chiado desde su reapertura, en 1994: 'He intentado agrupar las obras aquí exhibidas', dice, 'con criterios orgánicos más que cronológicos o estilísticos'. Pedro Lapa, director del Chiado, destaca con una sonrisa: 'Las relaciones culturales entre Portugal y España gozan de muy buena salud'.

Cadáver exquisito, pintado al alimón por cinco autores.

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