Columna

Operación Triunfo

Los senderos de gloria discurren, o mejor desembocan, en un estudio de televisión, que es la antesala del paraíso o el cielo de la fama, quizás su purgatorio. Hay que pasar por el aro catódico, soportar el calor de los focos que iluminan la carpa y pintarse la cara igual que los artistas en el circo si uno quiere ingresar en el edén. No es nuevo. Nada bajo la carpa de este circo del arte y del horror es nuevo. En el siglo pasado, en nuestra infancia autárquica y, reconozcámoslo, feliz, se triunfaba también gracias a la televisión, en la pantalla de una Telekunken o una trastabillante General ...

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Los senderos de gloria discurren, o mejor desembocan, en un estudio de televisión, que es la antesala del paraíso o el cielo de la fama, quizás su purgatorio. Hay que pasar por el aro catódico, soportar el calor de los focos que iluminan la carpa y pintarse la cara igual que los artistas en el circo si uno quiere ingresar en el edén. No es nuevo. Nada bajo la carpa de este circo del arte y del horror es nuevo. En el siglo pasado, en nuestra infancia autárquica y, reconozcámoslo, feliz, se triunfaba también gracias a la televisión, en la pantalla de una Telekunken o una trastabillante General Eléctrica Española. Se podía ganar en la televisión un montón de dinero (nada menos que un millón de pesadas pesetas, nuestra vieja ex moneda) y el respeto o la envidia o ambas cosas de vecinos, familiares y amigos.

Aunque entonces ninguno lo advirtiéramos, se veía venir, podía adivinarse tras la perpetua nieve intermitente de aquellos aparatos primigenios: la fama estaba allí, y la única manera de triunfar era estando allí dentro, en el vientre revuelto de la televisión, y corriendo, naturalmente, el riesgo cierto de ser excretado más tarde o más temprano. La única diferencia era que entonces hacía falta ser alcalde del Movimiento, boticaria o bedel especialista en pájaros de todos los plumajes para alcanzar el triunfo. Ahora sólo es preciso salir. Triunfar es que te vea tu dentista, tu cuñado o ese amigo del alma que te apuñalaría por un trozo de fama.

Pero la fama cuesta, ya lo saben, seguro que recuerdan la estomagante serie de televisión que acuñó la divisa. Es lo que nos demuestran (se supone) los chicos y las chicas que intervienen en el concurso de televisión cuyo título encabeza esta columna y cuyo premio consiste en representar a España en el devaluado Festival de Eurovisión. La operación resulta bien sencilla: usted demuestra sus habilidades y su capacidad para aguantar sevicias y recibe el billete para el triunfo. Es la telépolis adivinada por Javier Echevarría. El siguiente paso es ver a Zapatero en un programa que se podría titular Operación Ferraz. Al tiempo.

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