Tribuna:ARTE Y PARTE

Otro centro comercial deplorable

Hace muy pocos días se inauguró otro gran centro comercial -una gran superfície- en el nuevo tramo de la Diagonal hacia el mar. Con ello se han vuelto a plantear -aunque en ámbitos reducidos y con la timidez habitual que proviene de lo políticamente correcto- algunos debates sobre la conveniencia y acerca de las consecuencias urbanas de este tipo de establecimientos, unos debates que han permitido comprobar la ingenua aceptación de algunos futuros usuarios, el despiste de los vecinos afectados y la euforia interesada de los políticos responsables, frente a las reflexiones críticas de lo...

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Hace muy pocos días se inauguró otro gran centro comercial -una gran superfície- en el nuevo tramo de la Diagonal hacia el mar. Con ello se han vuelto a plantear -aunque en ámbitos reducidos y con la timidez habitual que proviene de lo políticamente correcto- algunos debates sobre la conveniencia y acerca de las consecuencias urbanas de este tipo de establecimientos, unos debates que han permitido comprobar la ingenua aceptación de algunos futuros usuarios, el despiste de los vecinos afectados y la euforia interesada de los políticos responsables, frente a las reflexiones críticas de los defensores de las bases estructurales y funcionales de la ciudad.

Pocas semanas antes se celebró en Alicante un Encuentro Nacional de Ciudades Comerciales en el que el arquitecto Lluís Cantallops presentó una interesantísima ponencia cuyo tema principal era el análisis del fenómeno regresivo y subversivo de las grandes superficies. Cantallops empezó explicando hasta qué punto la ciudad es la base de la vida colectiva con la fluencia de sus espacios públicos vinculada tradicionalmente al sistema comercial abierto, a la misma configuración de la calle y la plaza.

Esta estructura ha sufrido algunos cambios a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando aparecen en las grandes capitales unos nuevos edificios específicamente comerciales: los grandes almacenes, las galerías cubiertas y los mercados públicos, unas tipologías arquitectónicas que han marcado el siglo. Londres, Berlín y sobre todo París impusieron el nuevo estilo comercial que acabó alcanzando a una Cataluña entonces pionera dentro del panorama español. En 1904 Pere Jorba inauguró unos almacenes en Manresa, con sucursales en Barcelona (1911) y en Bruselas (1919). Poco antes, Eduardo Conde había fundado una tienda en La Rambla de Barcelona que muy pronto se convertiría en los Grandes Almacenes El Siglo, desaparecidos en el famoso incendio de la Navidad de 1934. Can Jorba y El Sicle fueron dos escenarios fundamentales en la Barcelona de antes de la guerra, después de la cual -como en tantas otras cosas- Madrid tomó la delantera con dos grandes empresas: Galerías Preciados y El Corte Inglés. En 1950 había en España sólo 5 grandes almacenes y en 1980 había 77.

Como explicó Cantallops, ni los almacenes, ni las galerías, ni los mercados afectaron a la continuidad comercial de la ciudad ni a su capacidad de uso colectivo, porque son escenarios que 'no inventan una nueva geografía comercial, sino que refuerzan la existente', se apoyan en los mismos accesos peatonales y de transporte público, no se interfieren en la fuerza aglutinante del comercio del entorno y se interpretan como otro tipo de espacio público sin cuestionar el espacio urbano clásico. Son, incluso, elementos fundamentales para entender la estructura y el carácter de las grandes capitales de la época. Pero a partir de la década de 1960 empieza otro fenómeno que se desarrolla en tres etapas sucesivas: los hipermercados -todavía integrados en la ciudad-, los centros comerciales periurbanos con servicios complementarios de restauración y ocio y, finalmente, las grandes superfícies comerciales que intentan sustituir con su autonomía un trozo de ciudad real y borrar a su favor la competencia que se desarrolla en los barrios del entorno. El modelo proviene del primer mall construido en 1956 en Ediba (Minneapolis), cerrado a los flujos urbanos y origen de la devastación comercial del entorno que anula la justificación social de la ciudad. Este problema puede no ser muy grave en una no-ciudad americana, pero en una ciudad europea esas grandes superficies periurbanas -o urbanas con voluntad funcional de ser periurbanas- son gravísimos cánceres en cualquier ubicación: en la ciudad, en sus periferias o en los paisajes no urbanizados. En la zona NE de Barcelona han aparecido últimamente tres cánceres, todos ellos de dimensiones colosales: Glòries, La Maquinista y el reciente Diagonal Mar. Dentro de este triángulo, ¿será posible poner en marcha unos barrios activos? ¿No habremos impulsado la desertización de un amplísimo sector que habíamos imaginado protagonista de un mejor futuro?

La inoportunidad de estos grandes centros -no sólo desde el punto de vista de la indebida competencia comercial, sino de la improcedencia urbanística- es tan evidente que la Generalitat ha tenido que decretar unas restricciones cuantitativas y geográficas. Pero, a pesar de ello, veo que cada semana se inaugura un nuevo centro y parece que se están construyendo más de 20 en periferias desalmadas. ¿Cómo se explica? ¿Hecha la ley, hecha la trampa? Me dicen que la trampa consiste en pedir licencia para un parque lúdico o temático, término en el cual se incluyen objetivos tan dispares como los cines, los fitness, los juegos infantiles, las atracciones, las salas de vídeo o las piscinas. Es la excusa para construir a su alrededor un centro comercial camuflado, empeorado con elementos que incluso permiten radicalizar su aislamiento.

Pero los problemas de estos centros no son solamente urbanísticos. Con algunas excepciones, suelen ser una degradante muestra de mala arquitectura. Y el peor siempre es el último, en este caso Diagonal Mar. Parece que el autor es el arquitecto norteamericano Robert Stern. No estoy en contra de citar en Barcelona arquitectos extranjeros de gran prestigio. Pero el que encargó a Stern este proyecto, tendría que saber que es uno de los peores arquitectos del mundo.

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Oriol Bohigas es arquitecto.

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