Editorial:

Gambito de canciller

El canciller alemán, Gerard Schröder, consiguió ayer una difícil victoria en el Parlamento que le consolida como líder político nacional de largo aliento. En una jugada maestra, no exenta de riesgo, convirtió en una moción de confianza el envío de 3.900 soldados a Afganistán. Con ello perdía el voto seguro de la oposición democristiana, pero obligaba a definirse a Los Verdes en un asunto sumamente controvertido en sus filas. Ocho de sus 47 diputados oponían serias objeciones por razones de memoria histórica ante la primera operación militar alemana fuera de su territorio nacional desde la Segu...

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El canciller alemán, Gerard Schröder, consiguió ayer una difícil victoria en el Parlamento que le consolida como líder político nacional de largo aliento. En una jugada maestra, no exenta de riesgo, convirtió en una moción de confianza el envío de 3.900 soldados a Afganistán. Con ello perdía el voto seguro de la oposición democristiana, pero obligaba a definirse a Los Verdes en un asunto sumamente controvertido en sus filas. Ocho de sus 47 diputados oponían serias objeciones por razones de memoria histórica ante la primera operación militar alemana fuera de su territorio nacional desde la Segunda Guerra Mundial. Al final la disidencia verde se materializó en sólo cuatro votos negativos, que no pusieron en peligro la mayoría absoluta que necesitaba el canciller.

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Una derrota parlamentaria hubiera provocado la ruptura de la coalición gobernante rojiverde y un adelanto de las elecciones en el momento de mayor debilidad de Los Verdes, a juzgar por los sondeos y los resultados de las elecciones estatales más recientes. Schröder tenía también en su mano la opción de configurar interinamente una nueva mayoría con los liberales del FDP, que tienen más tradición que nadie en esto de hacer de partido bisagra. Unas elecciones anticipadas en estas condiciones la habrían permitido sortear el estancamiento de la economía en beneficio de consideraciones plenamente políticas, como es el lugar de Alemania en el mundo.

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La intención fundamental de Schröder seguía siendo, sin embargo, la de poner en su sitio a Los Verdes, ya un tanto ennegrecidos de tanto hollín industrial que han de tragar, dándoles una lección de realpolitik. Aspirar a gran potencia tiene sus costes, y cabe poca duda de que, al menos el ministro de Exteriores de Berlín, el verde Joschka Fischer, sí está por la labor de pesar en el mundo.

Alemania lleva ya un cierto tiempo debutando en la escena internacional; con la reunificación, hace una década, se anunció a bombo platillo que la nueva nación que volvía a mirar al Este como en los mejores tiempos del imperio guillermino tenía al fin manos libres para obrar en el mundo, superados los traumas de una guerra, un genocidio y una ocupación. Pero el movimiento se demuestra andando, y eso es lo que está haciendo el canciller socialdemócrata; poner a andar a su país, que hoy es ya la primera potencia europea, si no se incluye a Rusia en esta contabilidad. Por eso, incluso Los Verdes han decidido, aun a regañadientes, apoyar el envío de soldados alemanes a Asia central.

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