Columna

A la espera del tercer acto

Enarbolando la bandera del diálogo -pero sin arriesgarse a conjugarlo en su sentido más estricto-, el lehendakari Juan José Ibarretxe recorre con pie firme el camino que él y su partido trazaron antes incluso del impensado (por rotundo) triunfo electoral del pasado 13 de mayo; quizá cuando corrigieron el rumbo que llevó al naufragio de Lizarra. Es un itinerario con los mojones claramente situados, aunque el final queda nebuloso y sólo deja adivinar el amago de una consulta popular. El guión lo anticipó Ibarretxe en el pleno de su investidura, el 11 de julio pasado, y ya se han cumplido ...

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Enarbolando la bandera del diálogo -pero sin arriesgarse a conjugarlo en su sentido más estricto-, el lehendakari Juan José Ibarretxe recorre con pie firme el camino que él y su partido trazaron antes incluso del impensado (por rotundo) triunfo electoral del pasado 13 de mayo; quizá cuando corrigieron el rumbo que llevó al naufragio de Lizarra. Es un itinerario con los mojones claramente situados, aunque el final queda nebuloso y sólo deja adivinar el amago de una consulta popular. El guión lo anticipó Ibarretxe en el pleno de su investidura, el 11 de julio pasado, y ya se han cumplido los dos primeros actos conforme a lo previsto. El primero se escenificó en el pleno del Parlamento vasco sobre pacificación, el 28 de septiembre, y el segundo ayer, en la sesión monográfica sobre autogobierno. El resultado de ambas representaciones ha sido el esperado. Porque su objetivo no consistía en tratar de enhebrar un consenso básico sobre esas dos cuestiones que convierten la vida política vasca en un ejercicio extenuante de puro estéril, sino en dar paso al siguiente acto.

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El desarrollo del plan de Ibarretxe excluye precisamente cualquier compromiso de fondo con los partidos constitucionalistas vascos -PP y PSOE- y, mientras ETA continúe matando, con Batasuna. (Por la misma razón geométrica requería del concurso de una fuerza nominalmente no nacionalista como Izquierda Unida). Lo que se pretendía en el pleno sobre pacificación era afirmar con solemnidad que debajo de la violencia subyace un problema político irresuelto. Y diagnosticar ayer la 'atrofia' del Estatuto, y exigir en términos de imposible satisfacción su cumplimiento 'íntegro' y 'urgente', era la condición para que, allá por junio de 2002, la mayoría nacionalista gobernante dictamine lo que Ibarretxe ya ha anticipado: la necesidad de un 'nuevo Pacto Político' que, dentro de su etéreo (y narcotizante) enunciado, dé respuesta a las aspiraciones casi últimas del nacionalismo. Eusko Alkartasuna, que no se siente obligado a los experimentos verbales del PNV, le puso un nombre más familiar al salto que Ibarretxe propugna utilizando la pértiga de los derechos históricos y de Herrero de Miñón: 'Reconocimiento del derecho de autodeterminación'.

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