Columna

Normalidad

Ni qué decir tiene que lo que pretende el terrorismo es producir terror sobre sus víctimas; y cuanto más las amedrente con menores recursos, más triunfante será. En este sentido, la campaña del ántrax está siendo de una eficacia deslumbrante. Ni siquiera es necesario haber recibido un sobre contaminado, como los argentinos, para estar muertos de miedo: también en España se ha disparado la paranoia y hay gente que se resiste a tocar las cartas.

Conviene recordar que el combate contra los terroristas es una lucha larga e insidiosa; y que ceder al miedo irracional es concederles la victori...

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Ni qué decir tiene que lo que pretende el terrorismo es producir terror sobre sus víctimas; y cuanto más las amedrente con menores recursos, más triunfante será. En este sentido, la campaña del ántrax está siendo de una eficacia deslumbrante. Ni siquiera es necesario haber recibido un sobre contaminado, como los argentinos, para estar muertos de miedo: también en España se ha disparado la paranoia y hay gente que se resiste a tocar las cartas.

Conviene recordar que el combate contra los terroristas es una lucha larga e insidiosa; y que ceder al miedo irracional es concederles la victoria. La posibilidad de contagiarse de ántrax sigue siendo infinitamente inferior (incluso en Estados Unidos) a la de estamparse los sesos en una cuneta cuando viajas al volante de tu coche. Y, sin embargo, pese a conocer los abultados datos del peligro de las carreteras (peligro de muerte, de parálisis, de ceguera), los humanos seguimos conduciendo intrépidamente en los multitudinarios éxodos de las vacaciones. O sea, hemos asumido ese riesgo dentro de nuestras vidas, porque ninguna existencia es totalmente segura. Cuando el terror al terrorismo ataca, sólo hay que integrar, dentro de los riesgos asumidos, la amenaza ínfima del ántrax. Y seguir viviendo normalmente.

Y es que la normalidad es la mejor arma contra los terroristas. Normalidad también para recuperar todos los temas y los intereses generales, para hablar no sólo de Bin Laden, sino del ancho mundo. Por ejemplo, del escandaloso juicio que se celebró hace una semana en Castellón. Dos médicos, una mujer y su antigua pareja están siendo procesados por un aborto que se practicó en 1992; la mujer tenía por entonces 25 años, era madre soltera de un niño de seis y residía con nueve familiares en una mísera vivienda social de 50 metros cuadrados. Hubo complicaciones médicas y eso enredó la cosa. Porque el aborto sigue siendo ilegal en España salvo en tres supuestos, lo que supone una injusta amenaza para mujeres y médicos: este juicio disparatado y anacrónico es una prueba de ello. Hace sólo dos meses yo hubiera empleado la columna entera para tratar de esta barbaridad. Hoy sólo le he dedicado un párrafo. Pero es una manera de empezar a recobrar la cotidianeidad y la cordura.

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