Crítica:

Lugares de ninguna parte

Genín Andrada (Cáceres, 1963) construye, en esta exposición, un universo de fuertes sensaciones traducidas en una suerte de copias en color, casi monocromáticas, salpicadas de impactantes trazos solapados con elementales y densos argumentos (constantemente, éstos, nos remiten a la estructura social que rodeó su infancia/adolescencia, allá por los sesenta, con fuertes influencias de finales de los cincuenta; es el arte de fabricar trazos, o esquemas, de la memoria con referentes de casi tres siglos atrás: las reminiscencias del XIX, que invadieron el XX y lo que aportaron los comienzos del XXI)...

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Genín Andrada (Cáceres, 1963) construye, en esta exposición, un universo de fuertes sensaciones traducidas en una suerte de copias en color, casi monocromáticas, salpicadas de impactantes trazos solapados con elementales y densos argumentos (constantemente, éstos, nos remiten a la estructura social que rodeó su infancia/adolescencia, allá por los sesenta, con fuertes influencias de finales de los cincuenta; es el arte de fabricar trazos, o esquemas, de la memoria con referentes de casi tres siglos atrás: las reminiscencias del XIX, que invadieron el XX y lo que aportaron los comienzos del XXI). Imágenes que en sí mismas constituyen una abstracción; reflejo de arquetipos que todos llevamos en nuestro historial más personal, que igual podrían estar tomados en México (que lo están), en Jaén, París o Madrid. Retratos de objetos universales; de lugares de ninguna parte. Autor que evolucionó desde el fotoperiodismo -considerado como una instantánea que funciona de forma autónoma y que le permitió 'vivir el mundo en primera persona', según cuenta- para pasar posteriormente al reportaje (como narración) a la vez que, en paralelo, desarrollar un proyecto personal (como el de esta muestra), lo cual poco tiene que ver con el resto de sus trabajos. Son registros sugerentes -más que una prueba de la realidad o un documento-, apreciaciones extrañas en alguien que, como Andrada, se instruyó en el ámbito de la información gráfica. De él se ha escrito que es un creador de atmósferas y que 'el color es protagonista de sus instantáneas, basadas en las sensaciones y sentimientos'. Es cierto, de ello da fe esta colección.

REGRESO A LOS SENTIDOS

Genín Andrada Fotografía. PHotoGalería Verónica, 9. Madrid Hasta el 31 de octubre

A su vez, la fotografía de Andrada anda en paralelo con la literatura (sin ella sería nada), lo subrayan singularmente las tomas de su último proyecto de las que presenta una mínima muestra en formato cuadrado, basadas en la obra de Luis Landero, El tiempo y la memoria: un guión costumbrista desarrollado geográficamente en la zona de La Raya, entre Extremadura y Portugal; lugar pletórico de relatos de contrabando ('de alimentos y elementos de primera necesidad, también en un contexto de la infancia como telón de fondo, allá por la década de los cincuenta del siglo pasado') donde el fotógrafo reconstruye con metáforas visuales. Lo hace con la técnica de una iconografía propia, casi neutra, surgida de la imaginación, de quien se entrega a la lectura de la palabra poética. Exposición equivalente a un álbum cargado de imágenes carentes de la concreción topográfica de un mapa; registros que no tienen un lugar concreto en ellos: salvo el de los lugares de la imaginación. Fotos herederas de proyectos muy personales; posiblemente ésta sea la mejor recopilación de un autor acreditado previamente con una serie de premios FotoPres, en los que avala el mestizaje de la creación con el documento.

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