Tribuna:LA PLAYA | Matalascañas y Alfonso Aramburu

Refugio de sevillanos

Playa de Matalascañas, refugio de sevillanos angustiados por el calor estival que bajan por la duna con la mirada ansiosa puesta en el mar que les espera alegre y azul, dispuesto a ofrecer las caricias de un suave oleaje. Antaño, chozas en línea, 17 kilómetros ocupados por cabañas de tablas desde Torre la Higuera al sitio de Matalascañas y amuebladas de lujo con dos pozos, uno para beber y el otro para lo otro.

Una madrugada del 81, por sorpresa y con estrategia militar, un ejército de máquinas borró la huella de esa efímera acampada enterrando las vivencias estivales en arena y sal par...

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Playa de Matalascañas, refugio de sevillanos angustiados por el calor estival que bajan por la duna con la mirada ansiosa puesta en el mar que les espera alegre y azul, dispuesto a ofrecer las caricias de un suave oleaje. Antaño, chozas en línea, 17 kilómetros ocupados por cabañas de tablas desde Torre la Higuera al sitio de Matalascañas y amuebladas de lujo con dos pozos, uno para beber y el otro para lo otro.

Una madrugada del 81, por sorpresa y con estrategia militar, un ejército de máquinas borró la huella de esa efímera acampada enterrando las vivencias estivales en arena y sal para dar paso a los adosados y los bloques de hormigón, habitados por gente seria y pulcra que transporta la sombrilla multicolor para clavarla sobre la arena que oculta la fosa de las antiguas tablas y juncos, de Los Ranchos que conformaron una feliz y natural estancia veraniega.

Hoteles con ingleses y alemanes que despiertan al toque de silbato del monitor que marca el ritmo del aerobic y luego hacen concursos de baile junto a la piscina. Desapareció para siempre el carro con los colchones de las familias de Pilas y Villamanrique que aprovechaban su paso por el rocío para rezar a la virgen. Ahora los coches cruzan a paso de carro frente a la aldea, sin entrar para no perder el sitio dentro de esa caravana interminable de autos que enfilan la carretera con la ilusión de ser los primeros en clavar la sombrilla como bandera descubridora que marca territorio.

Matalascañas, inmersa en la duna litoral que la separa del mar y que deja libre una franja de playa amplia y generosa con la bajamar, pero que aglutina familias apretujadas cuando las aguas crecen con la marea. Matalascañas, playa de la tórrida campiña onubense donde los niños andan por el mar sin hundirse, por la planicie del fondo liso y sin trampas, con un sol que se pasea desde el amanecer hasta que se oculta tras La piedra, vestigio histórico de una de las torres que mandó construir allí Felipe II. De estas torres quedan sólidos restos, no así de las antiguas chabolas, que solo existen en el recuerdo y nostalgia de unos pocos.

Afortunadamente el progreso, que a veces hace estragos, aquí ha sabido sustituir sabiamente el pozo por la depuradora y el agua llega saludable y a buena presión a todos los hogares modernos levantados en torno a una playa de la que disfrutamos más de 120.000 personas cada verano.

Alfonso Aramburu es pintor y nació en Huelva en 1938.

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Playa de Matalascañas, en 1963.

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