Un relato de EDUARDO MENDOZA

EL ÚLTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos

Resumen. La recepción en la Estación Espacial Derrida se prolonga todo el día, hasta llegar a la hora de la cena. Al día siguiente, el Gobernador de Fermat IV visita a Horacio en su camarote, y le relata lo que pudo comprobar la noche anterior durante la cena: las gambas, mejillones y otros frutos de mar servidos con la paella no eran auténticos, sino de plástico.

15 Lunes, 17 de junio(continuación)

Esta mañana, al acudir a desayunar al refectorio del palacio ducal de la Estación Espacial Derrida, donde me encuentro alojado, junto con l...

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Resumen. La recepción en la Estación Espacial Derrida se prolonga todo el día, hasta llegar a la hora de la cena. Al día siguiente, el Gobernador de Fermat IV visita a Horacio en su camarote, y le relata lo que pudo comprobar la noche anterior durante la cena: las gambas, mejillones y otros frutos de mar servidos con la paella no eran auténticos, sino de plástico.

15 Lunes, 17 de junio(continuación)

Esta mañana, al acudir a desayunar al refectorio del palacio ducal de la Estación Espacial Derrida, donde me encuentro alojado, junto con los demás miembros de la expedición, advierto la ausencia del Gobernador, cosa que me sorprende, pues no es hombre que haga ascos a una comilona gratuita.

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Preguntado el doctor Agustinopoulos si lo ha visto, me informa de que el Gobernador salió la víspera del camarote que ambos comparten y ya no regresó.

En cambio la señorita Cuerda sí está en el refectorio cuando yo hago mi entrada. Responde a mi saludo con concisa educación no exenta de estima y sigue dando cuenta de sus tostadas con ruidosa voracidad. Desearía permutar sus sentimientos con respecto a mí y a las tostadas, pero me abstengo de manifestar este deseo, así como de preguntarle dónde estaba anoche cuando fui a su camarote y lo encontré vacío.

Pregunto en cambio a los restantes miembros de la expedición por el Gobernador, pero nadie sabe darme razón de su paradero. No excluyo que exista una relación entre la desaparición del Gobernador y las sospechas que anoche trató de comunicarme, pero otros asuntos más inmediatos reclaman mi atención, pues hemos venido a la Estación Espacial a proveernos de artículos de primera necesidad y no a zascandilear por los pasillos, de modo que decido aplazar para mejor ocasión la búsqueda del Gobernador y el análisis de este suceso impertinente.

Acabado el desayuno, pido audiencia al Duque, que me la concede sin demora.

Acudo a su suntuoso despacho y una vez allí, tras las cortesías de rigor, le planteo el objeto de nuestra visita a la Estación Espacial Derrida, es decir, la adquisición de medicamentos así como de balastos y otras piezas mecánicas si las hubiere en stock.

El Duque asiente comprensivo y me asegura que todo se solucionará a la mayor brevedad y a pedir de boca, pero añade que de momento son otras sus preocupaciones, de las que desearía hacerme partícipe.

Halagado por esta muestra de confianza, le insto a proseguir y él me pone al corriente, con el rostro ensombrecido, de las dificultades económicas por las que atraviesa la Estación Espacial.

Como yo ya había oído y el propio Duque corrobora sin ambages, la Estación Espacial ha perdido la autosuficiencia económica de antaño y ha de obtener ayuda exterior para equilibrar su balanza de pagos y evitar la bancarrota. Esta ayuda exterior procede exclusivamente de la subvención anual con destino al célebre Festival de las Artes que se viene celebrando año tras año en las espléndidas instalaciones de la Estación Espacial, unas instalaciones que el propio Duque no vacila en calificar de 'marco incomparable'.

Sin embargo, también el Festival está, en palabras del Duque, 'de capa caída'. Cada año el número de espectadores es menor con respecto al del año anterior, de lo que se siguen varias consecuencias negativas.

A un primer nivel, como el Duque gusta de escalonarlas, la merma en los ingresos procedentes de la recaudación directa, así como el perjuicio de la menor afluencia de visitantes sobre el sector terciario: hoteles, restaurantes, servicios, venta de souvenirs, etcétera.

A un segundo nivel, mengua del interés en el Festival fuera del marco estrictamente local y, en consecuencia, reducción drástica de los ingresos provenientes de patrocinio, publicidad, retransmisiones directas o diferidas, venta de vídeos, etcétera.

A un tercer nivel, desinterés creciente por participar en el Festival por parte de artistas individuales o agrupaciones artísticas, como orquestas sinfónicas, compañías teatrales o cuerpos de baile de reconocida fama. En resumen, una hecatombe.

Sin necesidad de ser preguntado por las causas de esta decadencia, el propio Duque dictamina que responde a una suma de ellas: la crisis económica, la animadversión de los medios de información contra los últimos reductos de la monarquía, y, por último y de manera decisiva, un cambio en las preferencias del público, cada vez más embrutecido por lo que él llama 'bestial cultura de masas'. Tal vez existan otras causas, añade, pero las tres enumeradas con anterioridad son, a su juicio, las más importantes.

Acto seguido, a media voz, con la mirada perdida, como si no hablara conmigo, sino consigo mismo, agrega que la suerte presente y futura de la Estación Espacial, aun preocupándole mucho, no es su única, ni siquiera su principal preocupación, siento ésta algo más importante, que él mismo no vacila en calificar de 'trascendental'.

Le pregunto a qué se refiere y responde que le preocupa sobremanera el presente y futuro de la cultura y el arte, del que se siente, en cierto modo, responsable.

Acto seguido, poniéndose a sí mismo como ejemplo viviente de su propia tesis, me hace ver cómo en el momento actual y dentro de lo que él denomina las corrientes del pensamiento moderno, el refinamiento y la ilustre cuna no tienen ningún valor.

De inmediato aclara que esta queja no viene motivada por el deseo de recuperar unos privilegios que él mismo es el primero en tachar de 'anacronismos' y que en un pasado reciente, en los últimos meses de la monarquía, llevaron a las masas enfurecidas a desempolvar la guillotina, sino a lo que todo esto supone de refinamiento, discernimiento y nobleza espiritual.

De resultas de la desaparición de estas cualidades innatas en ciertas personas, sigue diciendo el Duque, la cultura y el arte han caído en manos de especuladores sin escrúpulos, dispuesto a manipular la cultura y sobre todo el arte para embaucar al pueblo y obtener de este embaucamiento beneficios de tipo económico y político.

Por estas razones, y no por afán de notoriedad, defiende el Duque con tanto empeño el Festival, convencido de que sólo unas personas como él y la Duquesa, herederos de una larga tradición o, vistos desde el presente, seleccionados desde tiempos antiguos para mantener viva la llama de la cultura y el arte, pueden impedir que devengan simples mercaderías. Porque mercadear con la cultura y el arte, que son el fundamento, el sostén y la fuerza motriz del espíritu humano, equivale a mercadear con dicho espíritu humano y, por consiguiente, a convertir al género humano en una triste raza de esclavos.

Le expreso mi total acuerdo, mi solidaridad y mi condolencia, pero añado que nada puedo hacer al respecto. A esto responde el Duque con prontitud que no me ha expuesto sus cuitas para solicitar mi ayuda, sino sólo para desahogar su ánimo en presencia de una persona que, aun sin conocerla a fondo, intuye que puede comprenderle. Un alma que no duda en calificar de sensible y a cuya opinión él concede la máxima importancia.

Le agradezco estas palabras y tras una pausa le insto a tratar el tema de los medicamentos y los balastos, a lo que responde que ya habrá ocasión para hablar de este asunto, pero que ahora no puede ocuparse de nada, pues los preparativos del Festival absorben todo su tiempo. Tampoco puede delegar en nadie la negociación, dado el régimen de administración personalista por el que se rige la Estación Espacial.

Acto seguido añade que todo se arreglará bien y de prisa tan pronto acabe el Festival, que empieza pasado mañana y dura sólo tres días.

No hace falta decir que en todos los actos que integran dicho Festival, cuenta con mi presencia y la de mis compañeros, todos en calidad de invitados personales del Duque y la Duquesa y, por supuesto, en forma gratuita.

Me dispongo a decirle que no podemos demorar tanto nuestra estancia en la Estación Espacial, pero en aquel momento entra el Chambelán en el despacho donde tiene lugar nuestra reunión, hace una profunda reverencia, presenta mil excusas por la interrupción y dice que la Duquesa solicita ser recibida por su marido así como por su ilustre huésped, si su presencia no nos incordia y tenemos a bien recibirla. Accedemos de inmediato a esta respetuosa petición y el Chambelán se retira.

Continuará

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