Columna

¿Se aclaran?

El lehendakari Ibarretxe tiene ideas. No se cansa de repetirlo. Las tiene y pide que se le respeten, demanda incluso la oportunidad de ponerlas en práctica. No dudamos de que el lehendakari Ibarretxe tenga ideas, aunque nos gustaría saber cuáles son. Mas dejando a un lado esa curiosidad, lo que queremos recordar es que a un presidente de Gobierno no se le pide que tenga ideas, que se le presuponen, sino que tenga proyectos. Seguro que también los tiene, pero nos gustaría igualmente saber cuáles son. Es una preocupación razonable en todo ciudadano a quien no le basta con fiarse de...

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El lehendakari Ibarretxe tiene ideas. No se cansa de repetirlo. Las tiene y pide que se le respeten, demanda incluso la oportunidad de ponerlas en práctica. No dudamos de que el lehendakari Ibarretxe tenga ideas, aunque nos gustaría saber cuáles son. Mas dejando a un lado esa curiosidad, lo que queremos recordar es que a un presidente de Gobierno no se le pide que tenga ideas, que se le presuponen, sino que tenga proyectos. Seguro que también los tiene, pero nos gustaría igualmente saber cuáles son. Es una preocupación razonable en todo ciudadano a quien no le basta con fiarse de la buena voluntad de su presidente, que, como las ideas, también se le presupone. Sin embargo, tanta presuposición bien puede verse rebatida y convertirse en recelo, si el lehendakari Ibarretxe se limita a recordarnos que tiene una chistera llena de ideas y no se decide a sacarnos el conejo.

Por supuesto que este Gobierno se articuló en torno a un programa que se hizo público, y que el propio lehendakari nos expuso las líneas maestras de lo que va a ser su actuación en los próximos años. Pero si ya entre programa y discurso hubo lagunas propicias para el 'he dicho yo acaso', las declaraciones posteriores no han servido sino para alimentar la confusión. Recordemos que el discurso distinguía entre lucha contra el terrorismo y resolución del problema político. Que este segundo aspecto marcaba etapas sujetas a un calendario, y que tras un tanteo primero con el desarrollo íntegro del Estatuto, se abría luego hacia algo que no sabíamos muy bien lo que era. Lo que fuera a ser lo decidiría el Parlamento tras una serie de intensos debates y puestas en común. Se puede sospechar que lo que de ahí surgiera sería posteriormente sometido a consulta popular mediante un referéndum. Se puede sospechar, porque el lehendakari, en efecto, no lo dijo, aunque sí lo han dicho otros miembros destacados de su partido, y ha sido considerado razonable, plausible o verosímil por el propio lehendakari en declaraciones recientes: 'Los acuerdos democráticos que podamos alcanzar unos y otros para lograr la normalización del país deberán ser ratificados por la propia sociedad'. Fíjense que habla de normalización del país, concepto que si no dice lo mismo que pacificación ya no sabemos lo que significa. Pero él nos había asegurado que pacificación y solución del problema político eran dos cosas distintas y, miren por dónde, ya vuelven a asomar juntitas. ¿En qué quedamos?

Según el lehendakari Ibarretxe hay que sacarlo todo de la política. Hay que sacar de ella la lucha contra el terror, convertida en lucha contra el crimen, y hay que sacar también de ella a las víctimas, a las que hay que ayudar y consolarlas mucho. Por lo tanto, hay que sacar de la política el principal problema político de este país. Expulsados asesinos y víctimas a los márgenes de la delincuencia criminal y sus efectos, a Ibarretxe le queda el terreno impoluto para tratar 'el problema político', que no es el del terror, sino otro. Pues ésa es la principal y hasta el momento única idea que nos ha expuesto el lehendakari: que existe un problema político. ¿Cuál es?, ¿qué propone para resolverlo? Ni idea. Lo dirá y lo decidirá el Parlamento. Curioso problema éste tan misterioso, un arcano en un país de arcanos, un problema tan obvio e invisible como la culpa original, que es de todos. ¿Se trata acaso de una reivindicación de su partido?, ¿de una reivindicación de todo el mundo abertzale? No, se trata de un misterio con el que comulgar y que les será revelado a todos.

Menos a algunos, que ya han sido sacados previamente de ese mundo clínex de la política: las víctimas, por supuesto, no los terroristas. Pues también dice el lehendakari que quiere negar a los que matan la capacidad de que él pueda desarrollar sus ideas. Aunque tanto las calla, ¿no son las mismas?, ¿no comparte como su partido los mismos objetivos que ellos? Y si es así, cómo van a impedirle nada, si el problema es en realidad su problema y su resolución el darse gusto todos ellos. Pero convertido en 'el problema' de todos, y expulsadas las víctimas a los márgenes de la consolación y de la persecución, el problema saldrá adelante con el concurso parlamentario de los perseguidores, quienes recibirán su recompensa. ¿Se unen o no se unen ambas líneas programáticas? ¿Se apuntará alguien más a tanto fariseísmo de diseño?

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