Tribuna

Y el ganador es...

Este americano es un tipo de lo más curioso. El otro día, en caliente, dijo que había jugado al póquer mentiroso. ¡A nosotros nos va a engañar a estas alturas! A lo que jugaba era a ser actor de Hollywood y, por cierto, haciendo buenos méritos; dejando abierta más de una puerta, y si no, al tiempo. Y para más inri, no conformándose con uno, cambiando de registro en un par de ocasiones.

Primera escena: un helicóptero sobrevuela las montañas; allá abajo, en la ladera, un grupo de ciclistas asciende a gran velocidad un temido puerto alpino conocido como La Madeleine. Entre ellos, nu...

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Este americano es un tipo de lo más curioso. El otro día, en caliente, dijo que había jugado al póquer mentiroso. ¡A nosotros nos va a engañar a estas alturas! A lo que jugaba era a ser actor de Hollywood y, por cierto, haciendo buenos méritos; dejando abierta más de una puerta, y si no, al tiempo. Y para más inri, no conformándose con uno, cambiando de registro en un par de ocasiones.

Primera escena: un helicóptero sobrevuela las montañas; allá abajo, en la ladera, un grupo de ciclistas asciende a gran velocidad un temido puerto alpino conocido como La Madeleine. Entre ellos, nuestro hombre, caracterizado como Robert de Niro. La cámara lo busca, lo encuentra, y lo enfoca, pero... algo extraño está sucediendo, no está en su lugar, nunca antes le habíamos visto en tan retrasada posición y sufriendo con el trabajo de un equipo rival, nunca en el lugar inapropiado en el momento inadecuado, nos recuerda a ese político corrupto que aparece ya en la primera escena en una violenta reunión con la mafia.

Segunda escena: la cámara se acerca aún más, se enamora de su cara angulosa, y comienzan los primeros planos de nuestro hombre, caracterizado ahora como el sin par Jim Carrey. Comienza el recital de gestos y muecas. Podemos ver su cara de dolor, cómo abre la boca con desesperación en un inequívoco gesto de sufrimiento, y, como colofón, deleita a sus incondicionales con una profunda mirada a la cámara, una mirada que parece anteceder su inevitable rendición.

Desenlace: en una carretera que parece conducir al mismísimo infierno, nuestro hombre adopta el papel de ese infame actor que protagonizó la saga de pesadilla en Elm Street. Como él, que atrapaba a sus víctimas en sueños, nuestro hombre, atrapa a su rival en el fugaz sueño que antes él mismo había alimentado. Le mira a los ojos, y sin dejar de mirarlo le asesta una estocada mortal.

Pedro Horrillo es corredor de Mapei.

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