Columna

Literatura feliz

La felicidad está de moda. Ya lo anunció el gran profeta Luis Aguilé hace miles de años, cuando cantaba '¡La felicidad, ah, ah, ah, ah, de sentir amor, oh, oh, oh, oh!'. Pero ahora la felicidad parece haber dado un importante salto cualitativo. De las canciones ha saltado a los títulos de los libros y ha llegado un punto en que un paseo por las librerías puede convertirse en algo así como una inmersión en el mundo de la felicidad más genuina.

Hace unos meses se publicó una buena novela de Lluís-Anton Baulenas que se titula precisamente La felicitat. Así, sin más, lo que me parece...

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La felicidad está de moda. Ya lo anunció el gran profeta Luis Aguilé hace miles de años, cuando cantaba '¡La felicidad, ah, ah, ah, ah, de sentir amor, oh, oh, oh, oh!'. Pero ahora la felicidad parece haber dado un importante salto cualitativo. De las canciones ha saltado a los títulos de los libros y ha llegado un punto en que un paseo por las librerías puede convertirse en algo así como una inmersión en el mundo de la felicidad más genuina.

Hace unos meses se publicó una buena novela de Lluís-Anton Baulenas que se titula precisamente La felicitat. Así, sin más, lo que me parece un título acertadísimo. La felicidad es lo que buscan los personajes de su libro mientras la Via Laietana va abriendo una implacable cicatriz de modernidad sobre la vieja Barcelona. El marco histórico es perfecto, como también lo es el mostrar que la Historia con mayúscula se construye a menudo sobre las vidas de seres anónimos que aspiran a distintos grados de felicidad. Y, hablando de felicidad, me parece muy oportuna la exposición que sobre la apertura de la Via Laietana se exhibe en el Museo de Historia de Barcelona. Ir a verla con el libro de Baulenas recién leído es una delicia. Como ir al cine, pero mejor.

Otro libro reciente que nos habla de la felicidad es el de Quim Monzó, El millor dels móns. Me cuentan que Monzó y Baulenas intercambiaron sus títulos en una sobremesa, como quien cambia de cartas jugando al póker, y debe ser verdad. Así parece indicarlo el juego de títulos que se permite Baulenas en los agradecimientos de La felicitat. Dice así: 'A Q. M. Si cal, amb excuses, per l'homenatge sense permís. Gaudeix del millor dels móns, i això per mi significa la felicitat'. En el libro de Monzó, la felicidad que desprende ese 'millor dels móns' es una felicidad en cursiva, con un fondo de humor negro y de buena literatura. Pero se trata de felicidad, al fin y al cabo, aunque en este caso sea pasada por el filtro demoledor del cándido de Voltarie.

Otro título de autor catalán sobre la felicidad es el de Arcadi Espada, Un instante de felicidad. Espada parece conformarse con robar a la monotonía pequeños instantes de felicidad, pero la suma de todos ellos permite aspirar a la felicidad completa. El valenciano Josep Piera, por otra parte, acaba de publicar El temps feliç. Piera se ha alejado en esta ocasión de los libros de viaje y de poesía y se ha detenido en los años de la infancia y de la adolescencia, en ese periodo de la vida en el que, según dice el tópico, la felicidad se da en estado químicamente puro. Con la ayuda de la memoria y de la literatura, y con la colaboración inestimable del álbum de familia, Piera evoca un mundo feliz encerrado en el pequeño valle de la Drova, donde transcurrió su feliz niñez.

Sin llegar a atreverse con la felicidad, pero sí rozando el poste, Antoni Sala ha publicado un libro de relatos titulado Bones notícies. Por cierto, se ve que los autores catalanes tienen más déficit de felicidad que otros; a ver cuándo lo refleja la encuesta del CIS en vez de entretenerse en tonterías. En el caso de Sala, está en la línea de la felicidad que se lleva, aunque se guarda en el bolsillo una intención irónica que le permite agredirnos con un McDonald's en la portada y con un cuento titulado Males notícies en el interior. A eso se le llama nadar y guardar la ropa. Por suerte, como en los casos anteriores, el nivel literario es alto, lo que hace sentir simpatía por ese conjunto de libros que podrían etiquetarse como 'literatura feliz'.

Todos estamos de acuerdo en que el auténtico objetivo de la vida es la felicidad, pero el problema radica en que cada uno la interpreta a su manera: unos odiando al prójimo desesperadamente, otros acumulando bienes y dinero y otros limitándose a ser felices en medio de la miseria, quizá porque no les queda otro remedio. El conflicto llega cuando chocan los distintos conceptos de felicidad y cuando la felicidad de uno se consigue a costa de la del otro, pero esto no resuelve el tema de este artículo, que es ni más ni menos que el siguiente: ¿A qué se debe esta invasión de títulos sumamente felices? ¿Se han puesto todos de acuerdo o es un azar? ¿Son todos ellos herederos de Un mundo feliz de Aldous Huxley? Para tratar de descubrir el intríngulis, decido acudir a los psicólogos franceses contemporáneos. Nadie como ellos para llenar páginas y páginas para dar vueltas a la nada del ser contemporáneo. Entre las novedades doy con un título de Pascal Bruckner: La euforia perpetua, que lleva el subtítulo Sobre el deber de ser feliz. Bruckner habla en su libro de los cambios que ha sufrido la palabra 'felicidad' a lo largo de los siglos. El gran cambio, escribe, viene a partir del Mayo del 68 (para los filósofos franceses, ya se sabe, todo empezó entonces), cuando se impone 'el deber de ser feliz'. ¿Lo saben los autores catalanes implicados? ¿Son víctimas sin saberlo del síndrome del 68?

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Otro libro de un filósofo francés, André Comte-Sponville, lleva por título La felicidad, desesperadamente. En la línea, vamos. Estamos condenados a buscar la felicidad, dice, pero pocos son los que la encuentran. Por lo que se ve, el truco para ser feliz consiste en no proponérselo. En fin, que es como el famoso cuento del príncipe que buscaba a un hombre feliz para ponerse su camisa y, cuando dio con él, comprobó desconcertado que el hombre no tenía camisa. Pues quizá la moraleja sea ésa: la felicidad, en el fondo, es algo inaccesible. A la que nos empeñamos en buscarla desesperadamente, se convierte en algo imposible, en algo que se desvanece como el humo.

Quizá, después de todo, es mejor no darle más vueltas al tema, no sea que vayamos a convertirlos en seres infelices por culpa de la búsqueda imposible de la felicidad. O quizá lo que tenemos que hacer es conformarnos con dejar la felicidad como tema frivolón para las canciones del verano. O quizá es, simplemente, que la auténtica felicidad se consigue tan sólo a pequeñas dosis, a base de momentos robados. Puede ocultarse, sin ir más lejos, en los instantes de lectura de la buena literatura. Como la que contienen los libros citados, por ejemplo.

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