Crítica:

Una delicia triangular

El diario de Bridget Jones es un libro con pinta de efímero, un chiste alargado, que se lee con comodidad y hace cosquillas con un ágil, reiterativo y facilón juego de tics y lugares comunes sobre la feminidad, el sexo, la vida urbana y sus guiños culturales. Ha dado popularidad a su autora, la periodista Helen Fielding, que es la sagaz impulsora de la conversión de su novelita en película, lo que, gracias a un admirable guión de los magníficos Andrew Davies (Orgullo y prejuicio) y Richard Curtis (Nothing Hill), da lugar a una excelente, muy bien construida comedia triangu...

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El diario de Bridget Jones es un libro con pinta de efímero, un chiste alargado, que se lee con comodidad y hace cosquillas con un ágil, reiterativo y facilón juego de tics y lugares comunes sobre la feminidad, el sexo, la vida urbana y sus guiños culturales. Ha dado popularidad a su autora, la periodista Helen Fielding, que es la sagaz impulsora de la conversión de su novelita en película, lo que, gracias a un admirable guión de los magníficos Andrew Davies (Orgullo y prejuicio) y Richard Curtis (Nothing Hill), da lugar a una excelente, muy bien construida comedia triangular, que tiene muchísima más consistencia que el libro y que probablemente le redima de su condena al olvido.

EL DIARIO DE BRIDGET JONES

Directora: Sharon Maguire. Intérpretes: Renée Zellweger, Hugh Grant, Colin Firth, Jim Broadbent, Gemma Jones, Sally Phillips, Shirley Henderson, James Callis. Género: Comedia. Reino Unido, 2001. Duración: 100 minutos.

Más información

Por enésima vez estamos ante la inconsecuencia (perfectamente consecuente) de que una novela hueca y floja da lugar a una película densa y firme. El filme se atiene al esquema de la leve trama argumental urdida en la novela; y apoya su armazón y el flujo y los recodos de su ritmo en un juego de personajes que es reflejo bastante fiel del que mecánicamente se mueve en las páginas de la novela. Pero, al contrario que en el relato literario -un castillo de naipes, una construcción chispeante y sin cohesión interior-, emanan del relato cinematografico una tan precisa cadencia y una tan viva e intensa sensación de entramado interior y de fuerza de arrastre cómica -y, de manera inesperada, también dramática, lo que es clave de la hondura que da la pantalla a las superficies del libro- en las composiciones de estos personajes, que la película inventa a la novela, la recrea, la reescribe.

Libertad

La precisión que el guión da al tempo del relato queda sancionada por la notable viveza que los intérpretes (todos, sin excepción) dan a la exacta sucesión de las situaciones y a los giros de las relaciones. Pero esta viveza y esta exactitud van a más y se convierten en riqueza creadora en el interior del formidable triángulo que componen, con arrolladora combinación de ingenio y de oficio, la maravillosa Renée Zellweger (que se adueña por completo, física y moralmente, del personaje Bridget y le da una verdad, una belleza y una carnalidad literalmente asombrosas) frente a un Hugh Grant que, a mi juicio, compone su mejor, su menos fingido personaje; y Colin Firth, que hace de su vigoroso dominio de la contención, la sobriedad y el laconismo una forma desbordada de elocuencia. Y, en el centro del delicioso triángulo, Sharon Maguire, veterana documentalista y novata directora de ficciones, da un baño de transparencia, buen gusto y humildad a una pantalla que ella convierte en campo de plena libertad para los tres rostros vértices creadores del mágico triángulo.

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