Tribuna:

Banco Mundial, ¡qué alivio!

Cuando el ministro de Economía, Rodrigo Rato, anunció que Barcelona iba a ser la sede de la conferencia del Banco Mundial sobre economía del desarrollo que se debía celebrar entre el 25 y 27 de junio, el Ayuntamiento de Barcelona y la misma Generalitat, pese a mostrarse oficialmente encantados y manifestar que la ciudad estaría a la altura del evento, se sumieron en un evidente pesimismo. Aunque se anunciaba que las movilizaciones que preparaban grupos ecologistas y asociaciones catalanas de todo tipo iban a ser pacíficas y festivas, era evidente que, como ha ocurrido en las anteriores reu...

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Cuando el ministro de Economía, Rodrigo Rato, anunció que Barcelona iba a ser la sede de la conferencia del Banco Mundial sobre economía del desarrollo que se debía celebrar entre el 25 y 27 de junio, el Ayuntamiento de Barcelona y la misma Generalitat, pese a mostrarse oficialmente encantados y manifestar que la ciudad estaría a la altura del evento, se sumieron en un evidente pesimismo. Aunque se anunciaba que las movilizaciones que preparaban grupos ecologistas y asociaciones catalanas de todo tipo iban a ser pacíficas y festivas, era evidente que, como ha ocurrido en las anteriores reuniones del Banco Mundial en Seattle y Praga, donde grupos de manifestantes pusieron las calles patas arriba y dificultaron el acceso de los participantes a la conferencia, nadie podría evitar que Barcelona acabara convirtiéndose en el escenario de una batalla campal.

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El debate sobre si los movimientos sociales deben o no utilizar la violencia, y si ésta es o no beneficiosa a la larga, se ha dado siempre en Cataluña, tanto en los movimientos independentistas, ecologistas y antimilitaristas como okupas. Y en general se ha impuesto la tesis de que la kale borroka aquí no puede beneficiar a ningún movimiento que desee obtener objetivos concretos. Pero en algunos sectores del movimiento okupa y en el seno de colectivos independentistas como la antigua Plataforma per a la Unitat d'Acció (PUA), el enfrentamiento da sentido a la lucha, y cuanto más violento es el enfrentamiento, más vistosa se hace esa lucha, aunque ello no lleve a ninguna parte. Ahora, con motivo de esta conferencia, el problema no era sólo que algunos de estos grupos intentaran repetir altercados vandálicos como los ocurridos en Sants hace dos años, sino que vinieran de todo el mundo miles de jóvenes a manifestarse, muchos de los cuales también asumieran la estrategia violenta, y Barcelona fuera una verdadera batalla campal. En Barcelona podrían confluir el sector violento del movimiento okupa, los independentistas de la PUA, los borrokeros vascos y todo el movimiento antiglobalización europeo, algunos de cuyos grupos no se cortan a la hora de enfrentarse con la policía.

Es una pena que se haya perdido la oportunidad de que sindicatos, ecologistas y ONG pudieran debatir en una conferencia alternativa los efectos negativos de la globalización o manifestarse pacíficamente contra ella. Pero poco se habría podido debatir con la ciudad tomada por miles de manifestantes esperando que saltara la chispa con la policía para 'responder a la provocación'. Lo mejor que podía ocurrir para Barcelona era que el encuentro se suspendiera ante el riesgo de vivir episodios como los de Sants multiplicados por 10 y para evitar que la globalización de la economía nos trajera la globalización de la borroka.

Xavier Rius-Sant es periodista.

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