Reportaje:DESDE LA HIRUELA A COLMENAR | EXCURSION

La soledad del truchero

Una vereda de pescadores permite recorrer el Jarama más salvaje por la linde de Madrid y Guadalajara

De todos los ocios posibles al aire libre, ninguno que exija tanta soledad y una tan íntima comunión -casi sacramental- con la naturaleza como el del pescador de truchas. Y ninguno tan enigmático, al menos para nosotros. Madrugar como un tahonero y estarse todo el día más solo que la una, metido en un remoto curso de alta montaña, que es un puro rabión, con la gélida agua hasta la horcajadura, rubricando lanzamientos de manual, efímeros como los cabrilleos del río al primo sol, y después de todo sacar un par de pececillos que a lo peor no miden ni los 19 centímetros reglamentarios, y aun así s...

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De todos los ocios posibles al aire libre, ninguno que exija tanta soledad y una tan íntima comunión -casi sacramental- con la naturaleza como el del pescador de truchas. Y ninguno tan enigmático, al menos para nosotros. Madrugar como un tahonero y estarse todo el día más solo que la una, metido en un remoto curso de alta montaña, que es un puro rabión, con la gélida agua hasta la horcajadura, rubricando lanzamientos de manual, efímeros como los cabrilleos del río al primo sol, y después de todo sacar un par de pececillos que a lo peor no miden ni los 19 centímetros reglamentarios, y aun así sentirse dichoso, nos parece algo admirable, muy zen.

Aparte de una sana envidia, lo único que nos une con estos seres herméticos y angelicales son las sendas que han abierto, a fuerza de hollar sus márgenes, en las gargantas más selváticas, cual es la del alto Jarama entre los términos de La Hiruela (Madrid) y Colmenar de la Sierra (Guadalajara). Se trata, desde el punto de vista piscatorio, de un tramo libre, sin muerte y de aguas tan cristalinas que son difíciles de pescar, pues la trucha atisba al señor de la caña. Y desde el punto de vista excursionista es una preciosa travesía de cuatro horas entre ambos pueblos y que exige contar con un vehículo de apoyo al final, salvo que se acorte como luego se dirá.

La travesía comienza en La Hiruela, siguiendo la senda que es prolongación de la calle principal -de Enmedio se llama- y que baja al molino recién restaurado junto al Jarama. Aquí se cruza a la orilla izquierda por un puente de madera y, poco más abajo, franqueando una portilla hecha con cuatro tablas, se toma un viejo camino de herradura que corre a cierta altura -50 o 60 metros- sobre el río. A los 300 metros, tal camino se bifurca y, por el ramal de la derecha, se llega, como a una hora del inicio, hasta donde desemboca en el Jarama el río Berbellido, el cual, a falta de un puentecico ha mucho derruido, es preciso vadear para continuar el recorrido.

A este lugar podemos acceder también en coche por una carreterilla (M-137) que baja de La Hiruela y cruza la corriente reunida de ambos ríos por un moderno puente: de hacerlo así, evitaremos el vado y acortaremos la travesía, pudiendo optar incluso por un sencillo paseo de ida y vuelta a partir de aquí. Sea como fuere, desde este puente seguiremos la senda de pescadores que recorre el tramo más bello del río, siempre aguas abajo por la margen izquierda, enhebrando saucedas y bosquetes de abedules y alamillos que acentúan con su temblor el romanticismo de estas soledades.

¿Soledades? Corregimos: en todo momento nos acompañarán los caballitos del diablo, con sus vistosos colores metalizados, y otros insectos apetecidos por las truchas comunes, que tampoco serán difíciles de ver; los martines pescadores y los mirlos acuáticos; las nutrias, índices de la pureza casi química de estas linfas; así como los corzos, jabalíes, garduñas y tejones que bajan a beber de ellas.

A una hora del puente -o dos desde La Hiruela-, pasaremos frente a la desembocadura del arroyo de las Huelgas, donde el Jarama dobla en ángulo recto a la izquierda, apartándose de la raya madrileña para adentrarse en tierras de Guadalajara. Y, tras salvar dos estribos rocosos que impiden la progresión por la misma orilla, bordearemos un añoso plantel de abetos de Douglas -cuyas acículas desprenden al tacto un olor como a mandarina-, árbol exótico con el que se repobló parte de estos montes hace más de medio siglo.

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El puente que se presenta a continuación, a dos horas del anterior, es buen lugar para almorzar -hay incluso una mesa de piedra a la sombra de un anciano roble- y plantearse el regreso por la misma senda o -si optamos por la travesía completa- continuar aguas abajo hasta el viejo molino de Colmenar de la Sierra. Desde las ruinas de esta aceña subiremos al pueblo por camino evidente, dejando a nuestras espaldas las profundidades salvajes del río truchero.

Pescador de truchas en el alto Jarama.A.C.

Cuatro horas de marcha

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