Elecciones en el País Vasco

Sondeos

Está a punto de alcanzarse con fatiga la mitad de la campaña electoral y este domingo, salvo imprevistos, los titulares los darán los sondeos de intención de voto a una semana de los comicios. En otras ocasiones, su proximidad provocaba excitación en los cuarteles generales de los partidos, impacientes por comprobar si los estudios encargados por los medios de comunicación confirmaban o refutaban los suyos y, en función de los pronósticos, mantener o corregir el rumbo de la campaña. Esta vez la expectación es perfectamente descriptible y la advertencia profesional de que los datos de los sonde...

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Está a punto de alcanzarse con fatiga la mitad de la campaña electoral y este domingo, salvo imprevistos, los titulares los darán los sondeos de intención de voto a una semana de los comicios. En otras ocasiones, su proximidad provocaba excitación en los cuarteles generales de los partidos, impacientes por comprobar si los estudios encargados por los medios de comunicación confirmaban o refutaban los suyos y, en función de los pronósticos, mantener o corregir el rumbo de la campaña. Esta vez la expectación es perfectamente descriptible y la advertencia profesional de que los datos de los sondeos es una fotografía de las intenciones de los ciudadanos en el momento de su realización y no una proyección del resultado de las urnas es del todo superflua.

Nadie se fía. La posibilidad, por primera vez atisbada, de un cambio de decorado político causa vértigo. Hay, además, excesivos factores de incertidumbre. Las oficinas de campaña y los institutos demoscópicos comparten adversario: no se trata ya del votante que remolonea al contestar si irá o no a votar, y a favor (o en contra) de qué opción lo hará, sino del que, llanamente, oculta o tergiversa su voto, una especie que prolifera más entre el electorado proclive a las formaciones no nacionalistas. Cuando sólo el 31% de los vascos dice sentirse libre para hablar de política con todo el mundo (Euskobarómetro, noviembre de 2000), los encuestadores deben ir con el detector de mentiras a la espalda y los estimadores convertirse en alquimistas que filtran, desechan y aquilatan respuestas y silencios.

La recelosa sociología electoral del País Vasco ha degradado los sondeos a pie de urna a la categoría de entremés de radios y televisiones para matar la espera de los primeros datos reales, y está poniendo a prueba la pericia de los más prestigiosos equipos de demoscopia. En los cuarteles electorales, entre tanto, la consigna es confiar más en el olfato que en las encuestas, y en caso de duda, seguir buscando el voto. Las impresiones que pueden arrancarse tras dura porfía pertenecen a la tipología de las de El Brujo de Bargota, aquel gacetillero navarro que anticipó una vez que el domingo siguiente Osasuna podía 'ganar, perder e incluso empatar'.

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