El PSE se acerca al PP mirando al PNV

Si socialistas y populares suman mayoría absoluta formarán gobierno, pero el PSE no renuncia a contar con el PNV si rectifica

El 23 de febrero del año pasado, el presidente del PNV, Xabier Arzalluz, visitaba la capilla ardiente del dirigente socialista alavés Fernando Buesa, asesinado la víspera por ETA. Al cruzar delante de la representación de la ejecutiva socialista vasca ni le dirigió la mirada. Rosa Díez, Javier Rojo y otros dirigentes del PSE se quedaron estupefactos. 'Ese día le perdí el respeto a Arzalluz. Los socialistas alaveses aún estamos esperando el telegrama de pésame de Arzalluz', dice Rojo.

Pero ese día aún hubo más acontecimientos. Tras el funeral, el lehendakari, Juan José Ibarretxe, ...

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El 23 de febrero del año pasado, el presidente del PNV, Xabier Arzalluz, visitaba la capilla ardiente del dirigente socialista alavés Fernando Buesa, asesinado la víspera por ETA. Al cruzar delante de la representación de la ejecutiva socialista vasca ni le dirigió la mirada. Rosa Díez, Javier Rojo y otros dirigentes del PSE se quedaron estupefactos. 'Ese día le perdí el respeto a Arzalluz. Los socialistas alaveses aún estamos esperando el telegrama de pésame de Arzalluz', dice Rojo.

Pero ese día aún hubo más acontecimientos. Tras el funeral, el lehendakari, Juan José Ibarretxe, salió por la puerta trasera de la catedral de Vitoria, atemorizado por un gentío que pedía su dimisión. A los dos días, el PNV trató de convertir la manifestación convocada en protesta por el asesinato en una marcha de desagravio a Ibarretxe, con lo que la respuesta en la calle se dividió en dos bloques. 'Lo que hasta entonces fueron diferencias estratégicas con el PNV se convirtió en una quiebra de afectos. Y eso es mucho más grave', dicen los socialistas.

La actitud peneuvista tras el asesinato de Buesa supuso una quiebra de los afectos históricos
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El PSE fue, primero en la guerra civil y después en la democracia, desde 1980, el segundo partido vasco en las autonómicas y el principal aliado del PNV hasta que en 1998 perdió la segunda posición a favor de los populares, que se beneficiaban de su crecimiento en toda España.

La segunda excepción es 1986, cuando el PSE ganó las elecciones vascas, con 252.233 votos y 19 escaños, dos más que el PNV, debilitado por la escisión de Eusko Alkartasuna. En esas circunstancias, y tras cuatro meses de negociación, el PSE cedió al PNV la presidencia del Gobierno vasco, gobernó en coalición y contribuyó a salvarle de su crisis interna. Esa colaboración trenzó una gran complicidad entre ambos partidos. De ahí que la 'insolidaridad' del PNV tras el asesinato de Buesa marcase a los socialistas para el futuro.

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Los puentes con el PNV ya habían empezado a quebrarse en junio de 1998, cuando el PSE abandonó el Gobierno vasco tras 12 años de colaboración con los peneuvistas, al comprobar que éstos negociaban con EH a sus espaldas leyes de signo nacionalista en el Parlamento vasco. La situación llegó a su momento cumbre cuando el PNV marginó al PSE de las conversaciones para cerrar primero el Pacto de Lizarra en septiembre de 1998 y luego un Gobierno nacionalista, con el respaldo parlamentario de EH en enero siguiente.

No obstante, el PSE siguió manteniendo contactos con el PNV, que cesaron tras el asesinato de Buesa. La respuesta peneuvista a ese asesinato le sirvió al PSE para constatar que, pese a la ruptura de la tregua, los nacionalistas no renunciarían a la estrategia de Lizarra. A partir de ahí, el PSE inicia con el PP una política de colaboración parlamentaria para desalojar a Ibarretxe del Gobierno vasco, que culminó con la moción de censura de septiembre de 2000. En esta etapa, PSE y PP han ido trenzando una solidaridad derivada de 'coincidir en la misma trinchera como víctimas del terrorismo' y han percibido un movimiento social de apoyo a esa coalición.

Pero tampoco se han roto del todo los hilos con el PNV. El PSOE relevó al PSE en su interlocución con sectores moderados del nacionalismo en la hipótesis, cada vez más improbable, de que el PNV rectificara.

La llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la secretaría general socialista en julio de 2000 se produce en plena ofensiva etarra y se plantea enseguida la recomposición de la unidad democrática contra el terrorismo, rota desde Lizarra. La logra parcialmente, tras mucha resistencia del Gobierno de José María Aznar, al cerrar con el PP el Pacto por la Libertad en diciembre pasado. Zapatero consigue así la corresponsabilidad con el Gobierno en la lucha contra el terrorismo y supera la etapa anterior de supeditación socialista a la gestión gubernamental del alto el fuego.

El PP siempre vio en el Pacto por la Libertad un potencial acuerdo postelectoral. En todo caso, el pacto establece unas condiciones mínimas para conformar el Gobierno vasco: defensa de la Constitución y el Estatuto y el abandono de la estrategia soberanista por parte del PNV.

En esas condiciones, Ibarretxe convoca las elecciones para el 13 de mayo. El candidato socialista, Nicolás Redondo, parte con un compromiso y un capital histórico, derivado del Pacto por la Libertad: en la noche electoral será el PP su primer interlocutor para analizar qué tipo de Gobierno ha elegido el pueblo vasco en las urnas. Si el PP y PSE alcanzasen la mayoría absoluta (38 escaños), habría en Euskadi un gobierno de coalición PP-PSE porque entenderían que es la voluntad mayoritaria vasca.

Pero el PSE tiene también un capital propio derivado de su tradición: el entendimiento con el nacionalismo democrático. Es la 'centralidad' que esgrime esta campaña ante un PP enfrentado tradicionalmente al PNV. El PSE, aunque lo ve muy difícil, no renuncia a recuperar, para un futuro más o menos lejano, la alianza con el PNV si éste partido rectifica del soberanismo. 'Esa pelota está en el tejado del PNV. No en el nuestro', dice el PSE.

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