Columna

El imitador

Pérez era apreciado por sus amistades. Tenía esa gracia dinámica pero cachazas, discreta pero elegante, moderna pero convencional. Era ocurrente pero sin pasarse. Sin embargo nadie conocía el calvario de Pérez. Él decía que era un hombre sin personalidad, consciente de lo que ello implicaba. Por eso cada día adquiría la personalidad de otro, normalmente el primero que se encontraba por la calle, sin poder hacer nada por remediarlo. Un día adquirió la personalidad de la señora de la limpieza de la oficina, porque subieron juntos en el ascensor y charlaron del tiempo. Daba gracia ver a Pérez hab...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Pérez era apreciado por sus amistades. Tenía esa gracia dinámica pero cachazas, discreta pero elegante, moderna pero convencional. Era ocurrente pero sin pasarse. Sin embargo nadie conocía el calvario de Pérez. Él decía que era un hombre sin personalidad, consciente de lo que ello implicaba. Por eso cada día adquiría la personalidad de otro, normalmente el primero que se encontraba por la calle, sin poder hacer nada por remediarlo. Un día adquirió la personalidad de la señora de la limpieza de la oficina, porque subieron juntos en el ascensor y charlaron del tiempo. Daba gracia ver a Pérez hablar con ese acento andaluz, diciendo cosas que no venían a cuento. , con ese salero que nadie le conocía.'Pero qué de polvo hay aquí', decía, 'mucho polvo para tan poco hombre'.

Algún compañero de trabajo de Pérez también era suplantado a menudo, de tal manera que podía estar hablando con un doble de sí mismo sin darse cuenta de ello. Su mismo jefe se convertía frecuentemente en objeto de mimetismo, normalmente al final de las reuniones, al cabo de las cuales Pérez hablaba como el jefe, pensaba como el jefe y fumaba como el jefe. Pero la más curiosa suplantación de personalidad de Pérez sucedió sin duda el día en que tuvo que cuidar al perro de su vecina frente al supermercado. Al cabo de poco tiempo se parecía al perro, y la verdad es que tampoco había tanta diferencia entre su ausencia de personalidad y la personalidad del pequeño chihuahua.

Muchos le proponían a Pérez hacer de la imitación su profesión. Él aducía que tenía miedo a los escenarios, que la cosa no le convencía totalmente, y tal. Los que insistían hablaban a Pérez de una película de Woody Allen en la cual al protagonista le sucedía lo que a Pérez, aunque de una forma muchomás exagerada. Pérez afirmaba entonces haber visto todas las películas de Woody Allen menos esa, y decía que se consideraba totalmente original. Pérez leía poco el diario, rara vez veía el telediario y casi nunca escuchaba las noticias en la radio. Pérez había decidido un buen día vivir en la inopia más absoluta con respecto a la actualidad. Si le preguntaban por qué, Pérez respondía que en la vida ya sucedían suficientes desgracias como para preocuparse por la totalidad. La totalidad eran las catástrofes, los accidentes, los asesinatos, los exabruptos políticos, los personajes de moda, en fin, la actualidad, sí, esa cosa de todos los días.

No obstante, no podía evitar que alguna vez alguien le comentase alguna noticia destacada, cosa que a Pérez le importunaba en cierta medida. Siempre tenía a mano algún comentario despreciativo sobre el mundo, pero intentaba no meterse demasiado en harina, de forma que los debates con Pérez eran imposibles. Todos pedían a Pérez imitaciones de los principales líderes mundiales, entre los cuales el más votado era Fidel Castro, y la verdad es que cuando Pérez se decidía a imitarle, lo hacía a la perfección, lo cual provocaba las carcajadas de todos sus amigos y compañeros de trabajo. Pero no solía ceder a la petición, y le molestaba que la gente insistiese. Pérez era una víctima de su propio don. 'Imagínate', decía, 'te piden que imites a Julio Iglesias, a Matías Prats, o a Torrente, el brazo tonto de la ley, y la cosa no tiene fin.Si no te niegas y te muestras firme en la negativa desde el principio, tu vida se convierte en un infierno'. La verdad es que yo le comprendía. Había días en que Pérez no tenía humor para imitar, lo mismo que para ver el telediario. 'Entiéndelo', decía, 'yo soy un imitador nato, y no quiero acabar aprendiendo los tics de Arzalluz, Zapatero o Aznar. No quiero ni verles en fotografía. Esa es otra de las razones de que no compre casi nunca el periódico e intente no ver los telediarios ni escuchar la radio. Prefiero no enterarme de nada, o saber las noticias de labios de algún compañero. La realidad es mucho más cómoda así.'

Pero yo no entendía cómo era capaz de escapar de la realidad. Porque, si no veía apenas los telediarios, ni escuchaba la radio, ni compraba casi nunca los periódicos, ¿de dónde le venía ese sorprendente don que le permitía imitar a los personajes que dirigían nuestros destinos? En todo caso, lo que el pobre Pérez deseaba por encima de todo era imitarse a sí mismo, cosa que le resultaba muy difícil. de conseguir.Total, para lo que había que imitar, mejor quedarse callado.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En