Columna

Los huevos de la Ceratitis

La calor adelantada, que nos regaló marzo, nos llenó de moscas este mes de abril. Son insectos de alas membranosas y bocas chupadoras; acuden a nuestros campos y ciudades al reclamo de agradables temperaturas, como los turistas a nuestras playas. Los biólogos bautizaron en latín o en griego a las moscas borriqueras, a las moscas de la carne, a las moscas del vinagre y a las moscas cojoneras que son un incordio en las partes sensibles de las caballerías. Porque hay moscas de todos los colores: negras, blancas, verdes, azules... por lo general, el vecindario está familiarizado con las moscas com...

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La calor adelantada, que nos regaló marzo, nos llenó de moscas este mes de abril. Son insectos de alas membranosas y bocas chupadoras; acuden a nuestros campos y ciudades al reclamo de agradables temperaturas, como los turistas a nuestras playas. Los biólogos bautizaron en latín o en griego a las moscas borriqueras, a las moscas de la carne, a las moscas del vinagre y a las moscas cojoneras que son un incordio en las partes sensibles de las caballerías. Porque hay moscas de todos los colores: negras, blancas, verdes, azules... por lo general, el vecindario está familiarizado con las moscas comunes, vulgares, divertidas, domésticas y poco laboriosas: esas moscas inevitables que a Antonio Machado le evocaban todas las cosas. Pero en este vergel ubérrimo de frutales y naranjos con luz de azahar, con aguas puras, cristalinas y pestilentes en nuestras acequias que murmullean sones de guitarra mora, tenemos una mosca devastadora y perjudicial como ninguna: la mosca de la fruta o del Mediterráneo, la Ceratitis capitata, que de forma taimada deposita sus huevos en el interior de los frutos y los echa a perder. La astuta ceratitis suscita desconfianza entre nuestros labradores; es la auténtica mosca detrás de sus orejas, pues el insecto de la fruta merma sus bolsillos, da al traste con el tópico manido del vergel ubérrimo, y convierte los sones morunos de la guitarra en coro desafinado de grillos.

Y dado que nuestros preocupados agricultores quieren librarse de problemas o sacudirse la mosca, que viene a ser lo mismo, acuden a la Consejería de Agricultura, y la Consejería de Agricultura a los Servicios de Sanidad Vegetal, y los dichos servicios van a importar machos de mosca de los frutales, de la Ceratitis capitata, desde el levantisco estado mejicano de Chiapas, desde Guatemala y desde la apacible isla de Madeira. Esos machos de mosca del Mediterráneo son estériles, así que fornicaran con sus homónimos insectos femeninos, aunque se evitarán los huevos, que es tanto como el germen pascual, originario y fecundo, que acaba estropeando la fruta. Interesante, harto interesante es esta experiencia en la lucha contra las plagas mediante insectos a los que más o menos se les practicó una vasectomía. En el insectario de Almassora, en La Plana, están enterados de la cuestión, y de los diez millones de insectos esterilizados que volarán por los cielos del País Valenciano para evitar lo peor: la acción destructora de los pérfidos huevos.

Y como las moscas evocan todas las cosas, según el poeta de la primavera tarda y el patio con los limoneros, no cabe duda que la campaña contra el insecto de nuestros frutales podrá paliar los daños en los cultivos, pero convierte en nada el simbolismo de la fertilidad que gira en torno a los huevos, aunque estos sean de despreciables insectos con bocas chupadoras. Al cabo, la acción devastadora de la Ceratitis capitata, con ser grave, no lo es tanto como la devastación que sufren nuestra huerta y nuestro secano, el litoral y la montaña, la ciudad y el campo, nuestros escuálidos ríos y nuestro mar. Y no hay insecto esterilizado que la frene, porque el dislate está en unos huevos ya estériles, enquistados en el poder económico y social: la especulación y el dinero fácil y rápido.

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