Cartas al director

Los chicos del maíz

Aunque actualmente ir al cine supone un desembolso que excede el presupuesto de muchos bolsillos, de vez en cuando, tan a menudo como puedo, me dejo caer en alguna sala de cine con el fin de disfrutar del último producto del imperio de Hollywood, o bien de algún filme de nacionalidad europea, que suelo preferir.

Sin embargo, el tipo de cine no es significativo a la hora de ser testimonio de los rituales salvajes que tienen lugar en la penumbra íntima de las salas de cine. Entonces, cualquier producto vale. Algunos de los asistentes a las salas gozan durante unos 90 minutos, a vec...

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Aunque actualmente ir al cine supone un desembolso que excede el presupuesto de muchos bolsillos, de vez en cuando, tan a menudo como puedo, me dejo caer en alguna sala de cine con el fin de disfrutar del último producto del imperio de Hollywood, o bien de algún filme de nacionalidad europea, que suelo preferir.

Sin embargo, el tipo de cine no es significativo a la hora de ser testimonio de los rituales salvajes que tienen lugar en la penumbra íntima de las salas de cine. Entonces, cualquier producto vale. Algunos de los asistentes a las salas gozan durante unos 90 minutos, a veces más, de todo tipo de accesorios comestibles.

No se trata sólo de la tradicional bolsa de palomitas acompañada del vaso reciclable de la bebida. Los protagonistas en cuestión se apoltronan en sus butacas, cargados, como si vinieran del mercado, de caramelos, chicles, ruidosos chupa-chups, vasos de bebida y bolsas de palomitas, bien saladas, bien rojas, dulzonas.

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Si se tiene suerte, a veces, queda lejos de uno el individuo que lleva las manos a rebosar de dichos caprichos adyacentes. Sin embargo, últimamente he formado parte involuntaria de un sándwich donde las rebanadas de ambos lados se han montado tal banquete que me ha sido casi imposible no prestar atención en varias ocasiones a semejante festín culinario. Ya sea por el particular estruendo del líquido subiendo por la pajita, ya sea por el churrupar de un caramelo o por el conocido sonido que emite la boca, llena de palomitas, al masticar.-

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