Columna

El hígado inmaduro

'Me llamo Carlos y soy alcohólico', dijo el hombre. Un tipo más bien endeble, de mediana edad y facciones consumidas. Traje gris, como la mirada de los que ya llevan perdidos demasiados combates. Es lo malo que tiene boxear con un fantasma, aunque siempre sea el mismo. Que te crees que llegas a conocerlo, pero no lo conoces. Y que mientras tú caracoleas con los guantes, él siempre te castiga el mismo sitio: el hígado. Son golpecitos no muy claros, señalando apenas. Casi como los de un amigo en el vestuario de la fábrica, en los pasillos del instituto. Pero son uno y otro y otro...

Sólo ...

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'Me llamo Carlos y soy alcohólico', dijo el hombre. Un tipo más bien endeble, de mediana edad y facciones consumidas. Traje gris, como la mirada de los que ya llevan perdidos demasiados combates. Es lo malo que tiene boxear con un fantasma, aunque siempre sea el mismo. Que te crees que llegas a conocerlo, pero no lo conoces. Y que mientras tú caracoleas con los guantes, él siempre te castiga el mismo sitio: el hígado. Son golpecitos no muy claros, señalando apenas. Casi como los de un amigo en el vestuario de la fábrica, en los pasillos del instituto. Pero son uno y otro y otro...

Sólo lo había dicho una vez ('Me llamo Carlos y soy alcohólico'), pero el griterío cesó fulminantemente, como cae el púgil a la lona, convertido ya en pelele. Y un silencio, hoja barbera, se paseó por el patio de butacas. Allí, unos 150 adolescentes habían asistido alborotados a la previa interpretación de un showman, un rato divertidos con dulceamargas variantes sobre el mismo tema: alcohol y pedagogía. Pero la verdadera pedagogía vino de aquel hombrecillo del traje gris. De su sinceridad casi insoportable. Después de contar el cuadro típico (llegó a perder el empleo, la familia, etcétera), lo mejor fue cuando entró en el terreno de los adolescentes. Ojo con los mitos, muchachos, y muchachas. El alcohol no es estimulante de nada. Ni siquiera sirve para combatir el frío. Y, por supuesto, no es un excitante sexual. Bueno, sí, las chicas se ponen un poco más cariñosas, pero los chicos... Hizo entonces un gesto muy elocuente en el aire, con un índice que se desploma. Y el auditorio volvió a reír. Luego vino la lección orgánica, la definitiva: cuando atiborráis de alcohol al hígado, un hígado todavía inmaduro, el sobrante que no puede ser filtrado sube directamente al corazón. Cuidado.

Las últimas estadísticas son terribles. Más que las anteriores. 'El 80% de los jóvenes suele beber alcohol' (en edades de 15 a 18 años). 'Uno de cada cuatro muertes de jóvenes europeos se debe al alcohol'. 'El alcohol está presente en el 65% de los accidentes de tráfico, el 60 % de cuyas víctimas son menores de 25 años'. Añádanse botellonas y fines de semana de pesadilla.

Un panorama ciertamente desolador. ¿Qué haremos? Además de llevarlos a que escuchen al hombrecillo del traje gris (por cierto, en un excelente programa del Ayuntamiento de Sevilla), ¿qué otra cosa se puede hacer? Todo, menos demonizarlos. Demonizar a los jóvenes de hoy es una tentación demasiado fácil, y peligrosa. Pues sólo significa que hemos perdido el contacto con ellos, el contacto real, me refiero. No el de la televisión basura, puesta mientras la familia come. No el de la rutina de las clases y los exámenes. No el de un horizonte profesional cero. No el de los institutos vacíos por las tardes y los polideportivos y los auditorios por las noches. Y sumar esfuerzos, claro está. ¿Por qué las cajas de ahorro, tan opulentas ellas, no se emplean a fondo en este problema, en vez de tanta cultura de élite y tanto deporte de más élite? Es un poner. Los problemas complejos no tienen soluciones simples, desde luego. Pero el dinero ayuda mucho a resolverlos, y está donde está.

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