Reportaje:HIENDELAENCINA | EXCURSIONES

El tesoro de la sierra pobre

Un paseo por las minas de plata que revolucionaron en 1844 este pacífico pueblo del noroeste de Guadalajara

La Suerte, La Fuerza, La Salvadora, La Constante, La Verdad de los Artistas... Son los nombres -prometedores, brillantes y sonoros, como los bautismos de las locomotoras o de las bailaoras flamencas- de algunas de las muchas minas que a mediados del siglo XIX convirtieron el término de Hiendelaencina en un monumental queso de Gruyère: nada menos que 200 pozos se abrieron en busca de la que se dice que era la plata de mayor calidad del mundo y que la naturaleza, como para despistar, había ido a esconder entre las oscuras pizarras de estas paupérrimas y, hasta aquel entonces, ignoradas serranías...

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La Suerte, La Fuerza, La Salvadora, La Constante, La Verdad de los Artistas... Son los nombres -prometedores, brillantes y sonoros, como los bautismos de las locomotoras o de las bailaoras flamencas- de algunas de las muchas minas que a mediados del siglo XIX convirtieron el término de Hiendelaencina en un monumental queso de Gruyère: nada menos que 200 pozos se abrieron en busca de la que se dice que era la plata de mayor calidad del mundo y que la naturaleza, como para despistar, había ido a esconder entre las oscuras pizarras de estas paupérrimas y, hasta aquel entonces, ignoradas serranías del noroeste de Guadalajara.

Fue descubrirse en 1844 el llamado Filón Rico -3.000 metros de largo, 400 de profundidad y 25 centímetros de potencia media- y Hiendelaencina pasar de 100 a 5.000 habitantes, siendo rápidamente sustituido su nombre por el antonomástico de Las Minas. La fiebre era tal que en la mina Santa Teresa se llegó a 550 metros de profundidad y a unos incómodos -sobre todo, para picar- 47 grados de temperatura. Sólo de La Constante se sacaron 280.000 kilos de plata, que fueron a parar a la Casa de la Moneda de Madrid; abandonada en 1879, hoy es un poblado fantasma -oficinas, casas de ingenieros, comedores, hospital...- entre montones de ganga renegrida.

Igual que apareció, el Filón Rico se esfumó en 1866. Hasta bien entrado el siglo XX, se rebuscaron restos de mineral entre los viejos escombros, removiéndolos varias veces, piedra a piedra. Y hubo incluso quien en 1984, aprovechando el alza del precio de la plata, intentó recuperar el pozo Santa Catalina, pero la subsiguiente caída frustró el plan. Así, a pesar de que se sabe que queda tanta plata en el subsuelo como la que se extrajo desde 1844, Hiendelaencina vuelve a ser un pacífico pueblecito de 150 habitantes consagrados a su Pasión Viviente, sus ovejas y su dulzaina, que suena desde mucho antes, y con más constancia, que la flauta de la plata.

Una sencilla ruta circular por las ruinas que yacen abandonadas al sur del pueblo comienza en la plaza donde se alzan la iglesia y el monolito que rememora el hallazgo de la primera mina de plata del término 'por don Pedro Estevan Góriz en 2 de junio, año de 1844'.

De esta plaza salimos por la calle del Jardín y seguimos de frente por una pista de tierra que pasa junto al cementerio y un grupito de chalés, observando en lontananza el embalse de Alcorlo, donde espejean las aguas represadas del río Bornova, afluente del Henares. Así llegamos, en cosa de 20 minutos, a las ruinas de la mina Santa Teresa, de la que sólo quedan los muros, los lavaderos, los hornos y la boca del pozo donde, por aquello del grado geotérmico, los mineros debían de sudar más que los pinches de Pepe Botero.

Tomando como referencia la mina San José -un edificio de ladrillo y una torrecilla blanca, visibles a un kilómetro largo hacia el sureste-, bajamos a través de un precioso conjunto de apriscos de pizarra para cruzar el arroyo de Cal por un bucólico soto de robles, sauces y álamos. Y ya en lo más alto de la ladera contraria, damos con un camino carretero que, siguiéndolo a la derecha, nos lleva hasta las minas La Fuerza y La Malanoche, donde se cumple una hora de marcha. Impresiona, sobremanera, la primera, con su gran nave de planta circular, mampostería de pizarra y arcos de ladrillo en los vanos, de un estilo que podríamos llamar arquitectura negra industrial.

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Sólo nos resta volver atrás por el mismo camino carretero y, nada más pasar junto a la mentada mina San José, desviarnos a la izquierda por otro menos marcado que corre directo hacia Hiendelaencina, cuyo caserío parduzco se recorta contra el níveo telón de fondo de las sierras del Alto Rey y la Bodera. Llegando al pueblo, nos asomamos a los pozos anegados de las minas La Malhuele y La Salvadora. En esta última, sobre las pútridas aguas, flota la osamenta de una oveja perdida, como la edad de plata de Hiendelaencina.

Guías, mapas y cabrito asado

- Dónde. Hiendelaencina (Guadalajara) dista 120 kilómetros de Madrid. Se va por la carretera de Barcelona (N-II) hasta el kilómetro 82, donde hay que coger el desvío a Miralrío, para luego seguir por Jadraque, La Toba y Congostrina hasta Hiendelaencina. - Cuándo. Paseo circular de cinco kilómetros y unas dos horas de duración, con un desnivel acumulado de 110 metros y una dificultad muy baja. Es agradable en cualquier época, excepto en los meses de más calor, pues apenas hay arbolado en todo el recorrido. - Quién. Arawak Viajes (Peñuelas, 12; teléfono 91 474 25 24) organiza excursiones guiadas a pie por las minas de plata de Hiendelaencina. El precio, 2.400 pesetas, incluye viaje de ida y vuelta en autobús (salida de Atocha), guías acompañantes y seguro de accidentes. - Y qué más. Es muy recomendable llevar el mapa 460-IV (Hiendelaencina) del Instituto Geográfico Nacional, a escala 1:25.000, donde figuran todas las minas descritas en este itinerario; en su defecto, puede servir la hoja 21-18 del Servicio Geográfico del Ejército, a escala 1:50.000. Por último, si no queremos comer en el campo, tenemos en el mismo Hiendelaencina el Mesón Sabory (949 89 90 19), donde Julián Illana sirve un sabroso cabrito asado.

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