Columna

Epopeya

Qué gran película de Hollywood podría hacerse con los emigrantes sin papeles. En nuestra convivencia de cada día, no son más que un puñado de moros, un atajo de sudacas, una horda de africanos de color retinto. Todos ellos fastidiosamente pobres y algo guarros, porque por lo general no tienen dónde ducharse; y como encima van con esas ropas tan feas y esas caras de pena, resultan de lo menos atractivos. Pero ay, amigo, si el tema lo cogiera un buen guionista: podría resultar un filme impresionante.

Imaginen a Denzel Washington haciendo de emigrante subsahariano. Dos de sus hijos ...

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Qué gran película de Hollywood podría hacerse con los emigrantes sin papeles. En nuestra convivencia de cada día, no son más que un puñado de moros, un atajo de sudacas, una horda de africanos de color retinto. Todos ellos fastidiosamente pobres y algo guarros, porque por lo general no tienen dónde ducharse; y como encima van con esas ropas tan feas y esas caras de pena, resultan de lo menos atractivos. Pero ay, amigo, si el tema lo cogiera un buen guionista: podría resultar un filme impresionante.

Imaginen a Denzel Washington haciendo de emigrante subsahariano. Dos de sus hijos podrían haber muerto en sus brazos de desnutrición y de miseria, tras una lenta y anunciada agonía. Desesperado, Denzel abandona a su esposa y a los dos niños que le quedan, intentando evitar que corran la misma suerte. Recorre a pie cientos de kilómetros y trabaja en condiciones de esclavitud, durante meses, para las mafias del norte de África, que le prometen un pasaje ilegal a la Península. Pero los mafiosos le engañan, y los días pasan, y Denzel se tortura pensando en su mujer y sus hijos: tal vez no resistan tanto tiempo y fallezcan de hambre. Angustiado, una noche se arroja con un compañero al mar tempestuoso, intentando llegar a nado hasta Ceuta. El amigo se ahoga. Denzel, tras atroces horas de terror y esfuerzo, logra tocar tierra española. Sale del agua con los ojos vidriosos y se deja caer sobre una roca; por vez primera, una lágrima le resbala por la mejilla. A estas alturas, todo el cine estaría sollozando, estoy segura. Y eso que todavía quedaría por contar su detención, su internamiento en un galpón, su repatriación forzosa a la miseria subsahariana. Aunque quizá no incluyeran esta segunda parte en una película de Hollywood.

Los seres humanos somos proclives al sentimentalismo, tal vez porque queremos demostrarnos que todavía tenemos un corazón. Pero luego, cuando la cruda realidad nos estalla en la cara, miramos perezosamente hacia otro lado. Eso estamos haciendo ahora con los emigrantes. Con esos miles de hombres y mujeres, de ancianos y de niños, que están protagonizando cada día una gesta descomunal y homérica, la epopeya más desesperada y conmovedora de este siglo XXI tan egoísta.

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