Tribuna:

Tierra Santa, conflicto endiablado

Es reconfortante saber que las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas no se afanan sólo en medir las décimas de punto que separan a Rodríguez Zapatero de Aznar -o viceversa- como líderes más valorados, en registrar cómo crece la impopularidad de Arzalluz o cuán positivamente puntúan los ciudadanos el pacto antiterrorista PP-PSOE. Según refería este mismo diario la pasada semana, el barómetro de noviembre del ente demoscópico oficial ha averiguado también que casi dos tercios de los españoles se hallan muy o bastante preocupados por la escalada de violencia en el Próximo Oriente; ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Es reconfortante saber que las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas no se afanan sólo en medir las décimas de punto que separan a Rodríguez Zapatero de Aznar -o viceversa- como líderes más valorados, en registrar cómo crece la impopularidad de Arzalluz o cuán positivamente puntúan los ciudadanos el pacto antiterrorista PP-PSOE. Según refería este mismo diario la pasada semana, el barómetro de noviembre del ente demoscópico oficial ha averiguado también que casi dos tercios de los españoles se hallan muy o bastante preocupados por la escalada de violencia en el Próximo Oriente; que, puestos a señalar responsabilidades por la crisis actual, el 18,8% culpa a los israelíes y el 8,1% a los palestinos; y que, en el terreno de las simpatías, el 20,2% de los encuestados se inclina por los palestinos frente a un 9,5% filoisraelí.

El siglo XX yuxtapuso a la vieja Tierra Santa de las religiones -la judía, la cristiana, la musulmana- una nueva Tierra Santa de las naciones -la israelí, la palestina, la árabe-, convirtiendo aquel territorio en un polvorín de lo sagrado, donde cada piedra puede resultar explosiva
Más información

A falta de datos más completos, lo publicado permite inferir que, ante el avispero israelo-palestino, más del 70% de los españoles se muestra neutral, equidistante o desinformado (no sabe, no contesta), categorías que en este caso vienen a significar lo mismo. Intuyo además que, de haber sido técnicamente posible, el sondeo hubiera reflejado el hartazgo, el aburrimiento de muchos ante la dosis diaria de noticias sobre violencia y sobre expectativas de acuerdo que siempre acaban frustrándose. En fin, sospecho que, si se pidiese a nuestros conciudadanos resumir en una sola palabra su impresión sobre ese sangrante litigio, incomprensible e irresoluble estarían entre las más usadas.

Incomprensible, sí, porque mientras que en Occidente la laicización y el descreimiento avanzan de modo imparable, en Israel-Palestina el ya extinto siglo XX yuxtapuso a la vieja Tierra Santa de las religiones (la judía, la cristiana, la musulmana...) una nueva Tierra Santa de las naciones (la israelí, la palestina, la árabe...), convirtiendo aquel territorio de apenas 27.000 kilómetros cuadrados en un colosal polvorín de lo sagrado, donde cada piedra puede resultar explosiva. Irresoluble, también, porque esa sacralidad es en muchos casos indivisible, físicamente indivisible. No caben ahí fáciles fórmulas salomónicas de reparto, de 'a cada uno lo suyo'. ¿A quién pertenece el Monte del Templo para un bando, Explanada de las Mezquitas para el otro, un espacio en cuya cima se levanta el tercer lugar más santo del islam, pero cuyos flanco y subsuelo son los cimientos del templo de Salomón, el primer lugar santo del judaísmo? ¿Es viable la idea de Clinton de dividirlo horizontalmente, vista la violenta reacción que produjo, hace unos años, la apertura del túnel de los Asmoneos? ¿Y cómo resolver la titularidad del santuario llamado la Cueva de los Patriarcas, en Hebrón, supuesta tumba de Abraham y único local del mundo que es a la vez sinagoga y mezquita? Son tales la complejidad, la irracionalidad y la omnipresencia mediática del pleito, que a quienes lo miran de lejos ha de causarles, sobre todo, fatiga y rechazo.

Incluso para quienes lo seguimos con mayor grado de cercanía emocional o intelectual, los últimos avatares del conflicto del Próximo Oriente han destruido muchas certezas y creado no pocas perplejidades. Desde el Occidente bienpensante y deseoso de un arreglo, la victoria electoral y la llegada al gobierno israelí, a mediados de 1999, de Ehud Barak fueron saludadas con euforia: 'el general pacificador', 'el heredero de Rabin', el héroe que corregiría los entuertos del nefasto Netanyahu... Todos quisimos olvidar entonces que el partido laborista no poseía más que 24 escaños sobre 120, que Barak debería presidir gobiernos de frágil marquetería política, que si el éxito de Oslo-Washington había consistido sobre todo en aplazar los grandes problemas (Jerusalén, evacuación de Cisjordania, refugiados) ahora ya no cabían más demoras, que desde el nacimiento de su Autonomía, en 1994, la impaciencia de los palestinos estaba creciendo tanto como su frustración...

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Un año y medio después, todas aquellas esperanzas han sido abatidas por un fracaso que los malabarismos diplomáticos de última hora no conseguirán maquillar: el clima de odio y de guerra señorea de nuevo la región, Israel soporta el peor desgaste moral desde 1988, en los meses iniciales de la primera Intifada, la contabilidad de las víctimas crece cada día y, después de haber llegado más lejos que nadie en el camino de la paz (conversaciones con Siria, Camp David II...), el innegable talento político de Barak y de sus colaboradores -pienso sobre todo en Shlomo Ben Ami- no les ha servido siquiera para consolidarse en el poder, viéndose forzados a una elección anticipada que muy probablemente perderán.

La perderán, con toda seguridad, si siguen estallando bombas en las calles y los autobuses de Israel, como perdió Peres ante Netanyahu en 1996. Pero, ¿desea el movimiento nacional palestino una victoria de Barak? Las dudas se disipan cuando leo, en EL PAÍS del pasado martes, a un alto responsable de Al Fatah apostar por la derrota laborista y preferir un jefe de gobierno del Likud, con el argumento de que fue el derechista Menájem Beguin quien hizo la paz con Egipto, en 1979. Discrepo de ese análisis, porque Beguin cedió territorios despoblados y sin carga simbólica, ni religiosa ni profana, mientras que sacralidad y colonos son lo que más abunda en Cisjordania y en Jerusalén oriental. Pero me quedo con la copla: Al Fatah, Arafat, prefieren como primer ministro a... Ariel Sharon.

¿Sharon el ultra, el halcón, el carnicero de Beirut, el provocador de la actual Intifada, candidato predilecto de la OLP? Sería sólo una más de las paradojas de un conflicto que ha iniciado ya su segundo siglo.

Joan B. Culla i Clarà es profesor de Historia Contemporánea de la UAB.

Archivado En