Tribuna:

Coleccionistas

Aquella delicada señora admiraba el esplendor de la primavera a través de los ventanales. No tenía nada que hacer: la servidumbre aspiraba a pulmón el polvo de las alfombras y de las cortinas, y se dejaba las nefronas renales en la fregaza. Pero la delicada señora padecía de tedio. De pronto, cogió la red, salió corriendo al jardín y capturó un curioso ejemplar de mariposa. Luego, la ensartó con un alfiler de plata en un acerico de seda celeste y la depositó en la vitrina, donde exhibía otras ciento dos ejecuciones de tan desventuradas criaturas. Su marido también se dedicaba al coleccionismo,...

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Aquella delicada señora admiraba el esplendor de la primavera a través de los ventanales. No tenía nada que hacer: la servidumbre aspiraba a pulmón el polvo de las alfombras y de las cortinas, y se dejaba las nefronas renales en la fregaza. Pero la delicada señora padecía de tedio. De pronto, cogió la red, salió corriendo al jardín y capturó un curioso ejemplar de mariposa. Luego, la ensartó con un alfiler de plata en un acerico de seda celeste y la depositó en la vitrina, donde exhibía otras ciento dos ejecuciones de tan desventuradas criaturas. Su marido también se dedicaba al coleccionismo, para matar el tiempo y las turbas. Si ella tenía sus cadáveres preferidos que enseñaba con orgullo a sus amigas, su marido también. Su marido coleccionaba insumisiones y rebeldías, panfletos subversivos y pensamientos revolucionarios, teorías igualitarias y juicios extravagantes.Su marido cuando mostraba aquellos trofeos, era muy considerado con sus invitados, para evitar que alguno pudiera indisponerse. Especialmente, había tres especímenes que consideraba de alta toxicidad. Solía ponerse guantes esterilizados para manipular los frascos de cristal. Primero los agitaba levemente y esperaba unos instantes a que el líquido se reposara. Entonces, los enseñaba, de uno en uno. En el primero, de un iluso ginebrino, podía leerse, entre los reflejos del formol: "Para mejorar la sociedad es preciso que todos tengan lo suficiente y ninguno demasiado"; en el segundo, de un judío alemán, se decía: "El hombre está alienado en la sociedad capitalista"; y en el tercero, del hijo de unos emigrantes noruegos establecidos en Wisconsin, flotaba una frase pedante: "El efecto de la riqueza sobre el comportamiento humano es grotesco". Generalmente, los invitados abandonaban la mansión con la úlcera sangrante, después de soportar tanta insolencia.

Entonces, los esposos se tendían en cómodas y espaciosas butacas y pasaban así horas y más horas, con los ojos entornados y en silencio. En alguna ocasión el marido había comentado: Verdaderamente no hay nada más decorativo e inútil que las mariposas y los pensamientos, ¿no te parece, darling?

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