Tribuna:

Azaña

En un pasaje de su magistral interpretación del monólogo Azaña, una pasión española, el actor José Luis Gómez se distancia de su papel y reprocha al político republicano uno de sus principales errores. Azaña creyó que la política era también un arte y se equivocó porque la política está teñida de pasiones, miserias y juego sucio, viene a decir Gómez en el único momento de la representación en que el intérprete habla con su propia voz en el Teatro de la Abadía de Madrid. Sin duda alguna, Manuel Azaña fue un intelectual más que un político, una de esas personas que en periodos clave de la...

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En un pasaje de su magistral interpretación del monólogo Azaña, una pasión española, el actor José Luis Gómez se distancia de su papel y reprocha al político republicano uno de sus principales errores. Azaña creyó que la política era también un arte y se equivocó porque la política está teñida de pasiones, miserias y juego sucio, viene a decir Gómez en el único momento de la representación en que el intérprete habla con su propia voz en el Teatro de la Abadía de Madrid. Sin duda alguna, Manuel Azaña fue un intelectual más que un político, una de esas personas que en periodos clave de la Historia se ven obligadas a asumir enormes responsabilidades. La desgastante lucha interior entre el pensador y el hombre de acción recorre toda la biografía del que fuera una de las personalidades más destacadas de la II República. Como José Luis Gómez plasma de modo magnífico, Azaña no fue ambicioso ni pretendió oropeles ni privilegios, disfrutaba más con los libros o con el teatro que con la acción de gobierno. Pero algunos no compartimos esa visión pesimista o determinista a secas que cuenta como fracasos todas las irrupciones de intelectuales en los cargos públicos.Cada vez que paseo por el Jardín del Turia -y lo hago con frecuencia-, cada vez que veo jugar a los niños o siempre que asisto a un concierto al aire libre, recuerdo que ese espacio significa, de algún modo, una obra de arte que conseguimos dibujar entre miles de valencianos. Ahora que el presidente Zaplana acaba de inaugurar por enésima vez el Museo de la Ciencia, que cierra el acondicionamiento del antiguo cauce, quizá valga la pena evocar las manifestaciones de El llit del Turia es nostre i el volem verd o el proyecto impulsado por los ayuntamientos de izquierdas para evitar la especulación y poner al servicio de la ciudad un inmenso espacio público. Tal vez convenga subrayar que algunos políticos de aquellos años ochenta -con el antiguo alcalde de Valencia, Ricard Pérez Casado, a la cabeza- concebían su misión pública como una obra de arte y no sólo como un juego de intereses o de camarillas.

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