Editorial:

El 'hereu'

Lo mejor del congreso que ayer concluyó Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) es que se haya celebrado. Cuando el panorama español tiende a henchirse de gubernamentalismo, resulta una buena noticia que otros grupos del centro-derecha fragüen sus ideas y lancen sus propuestas sin aspavientos.Más aún si se trata de un nacionalismo periférico que, a diferencia de otros, acredita su lealtad constitucionalista y su defensa del Estado de derecho. En España se puede ser de derechas y de izquierdas, neonacionalista español o independentista, si se respetan el marco de convivencia pacífica...

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Lo mejor del congreso que ayer concluyó Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) es que se haya celebrado. Cuando el panorama español tiende a henchirse de gubernamentalismo, resulta una buena noticia que otros grupos del centro-derecha fragüen sus ideas y lancen sus propuestas sin aspavientos.Más aún si se trata de un nacionalismo periférico que, a diferencia de otros, acredita su lealtad constitucionalista y su defensa del Estado de derecho. En España se puede ser de derechas y de izquierdas, neonacionalista español o independentista, si se respetan el marco de convivencia pacífica pactado y sus reglas concretas, sin que eso ponga en peligro nada. Conviene reseñar lo obvio para deshacer la estúpida amalgama reduccionista según la cual todo el nacionalismo vasco es mera caja de resonancia de los violentos y todo nacionalismo se equipara al vasco.

Pero no parece que el congreso del partido de Jordi Pujol haya aportado novedades más allá del trámite previsto. No ha alumbrado propuestas frescas. Tampoco ha resuelto los retos característicos de su hora de declive: el liderazgo, el proyecto, las alianzas.

CDC ha optado por Artur Mas, un economista pulcro pero carente de todo carisma, para suceder a su patriarca, Jordi Pujol. La comparación de Mas con otros aspirantes que quedaron en la cuneta -como Miquel Roca o Ramón Trias Fargas- es expresiva. Pero el déficit de habilidades, como demuestra la historia, nunca es irreversible.

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Lo más chocante es que el partido de Pujol se haya mostrado impermeable a las tendencias democratizadoras incubadas en otros. El consejero de Economía ha sido candidato único, ungido por la sola voluntad arbitral de su presidente, sin alternativas donde optar. Es un hereu a prueba: deberá probar que la sociedad le valora tanto como su valedor. De momento, su intento de fraguar una ejecutiva integradora parece cosmético: arrasan en ella los radicales frente a unos más modernos roquistas residuales, a quienes se coloca en posición lindante con la impotencia.

Lógicamente, el programa que ha salido del congreso obedece a igual matriz. El "soberanismo", ese circunloquio del independentismo que no se atreve a confesar su utopía, y que envuelve una práctica estrictamente regionalista, ha campado por sus respetos. Nada constructivo añade a la historia de CDC.

La señal de que es un concepto vacío es que cubre una política de alianzas sucursalista respecto al Partido Popular -mal compensada por los guiños retóricos a Esquerra-, al que reputa de quintaesencia del nacionalismo inverso, el casticista. Así, CDC ha fijado buena parte de la herencia de Pujol. Pero se trata de una herencia a beneficio de inventario.

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