Tribuna:

Metamorfosis

La metamorfosis por la que una persona se convierte en periodista es particularmente extraña pues los cambios afectan sobre todo a dos sentidos, la vista y el oído. En otras profesiones la transformación es más evidente. A los notarios, por ejemplo, les crece en el cuerpo un tejido oscuro, de apariencia coriácea, y el cabello, peinado hacia atrás, adquiere un inconfundible lustre pétreo.Los periodistas, en cambio, mantenemos la apariencia humana aunque pronto dejamos de escuchar conversaciones y de observar las perspectivas que contempla el resto de los humanos. Cualquier interlocución o diálo...

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La metamorfosis por la que una persona se convierte en periodista es particularmente extraña pues los cambios afectan sobre todo a dos sentidos, la vista y el oído. En otras profesiones la transformación es más evidente. A los notarios, por ejemplo, les crece en el cuerpo un tejido oscuro, de apariencia coriácea, y el cabello, peinado hacia atrás, adquiere un inconfundible lustre pétreo.Los periodistas, en cambio, mantenemos la apariencia humana aunque pronto dejamos de escuchar conversaciones y de observar las perspectivas que contempla el resto de los humanos. Cualquier interlocución o diálogo el periodista lo transforma en noticia y cualquier imagen en fotografía. Hay periodistas tan influidos por sus deformaciones que incluso a los diálogos que cazan al vuelo les ponen títulos, sumarios y tipografía destacada.

Esta anomalía que sufren los periodistas tiene ventajas indiscutibles. Las palabras que escuchan adquieren una dimensión extrasensorial y al día siguiente suelen alcanzar una sorprendente autonomía en las páginas impresas de los periódicos o en los boletines radiados de los noticiarios. La plasticidad de las imágenes en que convierten muchas de las escenas que observan les conceden un envidiable sentido de la distancia.

Así el horror de un accidente se transforma en una imagen plana y más bien neutral. El rostro de las autoridades o de los políticos impone mucho menos cuando el periodista le da la textura del papel y transfigura sus colores naturales en blanco y negro o en una secuencia de tonos grises.

Yo ya era un periodista con la metamorfosis cumplida cuando conocí a Luis Portero, el fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía asesinado vilmente por los terroristas de un disparo en la nuca. En 1989 empecé a acudir asiduamente con otros compañeros a su despacho de la Real Chancillería dispuesto a conversar con él acerca de ciertos asuntos peliagudos: las investigaciones sobre el fraude del Plan de Empleo Rural, la culpabilidad o el sombrío entorno familiar y político de Juan Guerra. Siempre nos atendió con una caballerosidad extraordinaria y nos hizo declaraciones que nosotros, los periodistas, convertíamos de inmediato en esa otra naturaleza: las noticias.

Eso ocurrió hace mucho, 11 años, los mismos que llevaba en el cargo hasta su muerte. Durante ese tiempo, y al contrario que con otras autoridades, aconteció un fenómeno sobrenatural. El fiscal, a fuerza de manejar con nosotros una rara amabilidad, de sumar encuentros fortuitos en la calle o de coincidir en exposiciones y actos culturales, fue adquiriendo un perfil más humano y sus palabras eran cada vez más difícil convertirlas en noticias. Hablaba y su charla parecía una confidencia; saludaba y menguaba su apariencia de foto en blanco y negro.

Yo, preocupado, empecé a preguntarme si estaría sufriendo una metamorfosis regresiva. Pero pronto comprendí que no: era la afabilidad de aquel hombre sereno la que se resistía a transformarse en una imagen estática. La muerte, con ser la muerte, tampoco lo ha conseguido.

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