Tribuna:

Ramón

Seguimos hablando de este madrileño único que fue Ramón Gómez de la Serna. Ha sido con ocasión de la despedida de quien tomó a su cargo la edición de sus obras completas para Galaxia Gutenberg, gracias a la vocación, menos comercial que apostólica, de su director, Hans Meinke. Me refiero a la profesora Johana Zlotescu, que llegó hace años de Rumanía y se nacionalizó en la Literatura española. Se va ahora a Bucarest para dirigir el Instituto Cervantes que acaba de inaugurarse allí.Al almuerzo en el gran comedor del Lhardy, donde el autor de las Greguerías daba y recibía homenajes, acudieron esp...

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Seguimos hablando de este madrileño único que fue Ramón Gómez de la Serna. Ha sido con ocasión de la despedida de quien tomó a su cargo la edición de sus obras completas para Galaxia Gutenberg, gracias a la vocación, menos comercial que apostólica, de su director, Hans Meinke. Me refiero a la profesora Johana Zlotescu, que llegó hace años de Rumanía y se nacionalizó en la Literatura española. Se va ahora a Bucarest para dirigir el Instituto Cervantes que acaba de inaugurarse allí.Al almuerzo en el gran comedor del Lhardy, donde el autor de las Greguerías daba y recibía homenajes, acudieron especialistas de su obra como Carolyne Richmond, la estudiosa norteamericana de la novelística de Gómez de la Serna, autora de un memorable trabajo sobe La Quinta de Palmyra; Francisco Umbral, connaisseur si los hay desde que, hace ya años, publicó su libro sobre Ramón y las vanguardias; Juan Manuel Bonet, director del Reina Sofía y autor de libros sobre la influencia del escritor en la literatura y en el arte del siglo XX; Fernando Rodríguez Lafuente, director del Instituto Cervantes, y otros varios ramonianos, ramonólogos y ramonófilos.

La obra de Gómez de la Serna es vastísima, como ímprobo y riguroso ha sido el trabajo de Johana Zlotescu, que empezó en 1994 y se prolongó durante cinco años. Constará de 21 volúmenes de 1.000 páginas cada uno, de los cuales se han publicado 11, y se completará en el año 2005.

El mejor homenaje que podíamos rendir a Johana era homenajear a Ramón una vez más y recordar su prodigiosa imaginación literaria, su capacidad de creación de lenguaje, su sentido poético o la gracia incomparable de sus invenciones. Sin olvidar a la persona, que algunos alcanzamos aún a conocer. En mi caso, en la conferencia que dio en Barcelona cuando volvió a España en 1949. Salió al escenario vestido de gris con pajarita roja, se sentó en una silla y habló como en tertulia durante dos horas de su tía, la poetisa posromántica Carolina Coronado. ¡Inolvidable! Por todo ello, gracias, Ramón; gracias, Johana.

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