Cultura y espectáculos

SALZBURGO MUESTRA UN LUMINOSO 'IDOMENEO'

El matrimonio Herrmann ha vuelto a deslumbrar con su estética turbadora, atemporal y luminosa. Idomeneo es seguramente el espectáculo más bello del Festival de Salzburgo del año 2000, aunque no el más redondo musicalmente.El ciclo operístico sobre la guerra de Troya en Salzburgo concluye con Idomeneo, de Mozart, después de las incursiones en Los troyanos, de Berlioz; Ifigenia en Tauride, de Gluck, y La bella Elena, de Offenbach. Volvían los Herrmann, y con ellos la expectación. No defraudaron. Sus versiones teatrales admiten la admiración o el rechazo pero ra...

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El matrimonio Herrmann ha vuelto a deslumbrar con su estética turbadora, atemporal y luminosa. Idomeneo es seguramente el espectáculo más bello del Festival de Salzburgo del año 2000, aunque no el más redondo musicalmente.El ciclo operístico sobre la guerra de Troya en Salzburgo concluye con Idomeneo, de Mozart, después de las incursiones en Los troyanos, de Berlioz; Ifigenia en Tauride, de Gluck, y La bella Elena, de Offenbach. Volvían los Herrmann, y con ellos la expectación. No defraudaron. Sus versiones teatrales admiten la admiración o el rechazo pero rara vez dejan indiferente al espectador. Con Idomeneo no fue una excepción y se levantó una sonora división de opiniones.

Los Herrmann tendieron un puente con La clemencia de Tito, una de las tarjetas de presentación de Gérard Mortier en Salzburgo en 1992. Su estética es inquietante y se sitúa a medio camino entre un clasicismo luminoso y un futurismo con raíces. Dominan los recursos técnicos de la escena a las mil maravillas -la luz, el color, los efectos especiales- y mueven a los personajes, individual o colectivamente, en función de sus ideas.

En Idomeneo colocaron la orquesta en medio de un cuadrilátero iluminado fundamentalmente en blanco desde abajo. Hacia el fondo del escenario existía una pendiente con bordes evocadores que desembocaba en el mar exterior o interior. "Escapado de las inclemencias del mar hay otro mar más violento en mi interior", dice Idomeneo después de la tormenta en la tercera escena del segundo acto. El mar exterior, el mar interior. Los Herrmann sitúan Idomeneo entre el amor y el dolor. Los ecos de la tragedia clásica, Homero y Virgilio, están presentes.

Los personajes deambulan y sufren. Existe un punto de desasosiego, de temor, en esos coros agrupados en círculos o describiendo movimientos en espiral. El teatro de siempre, desde los autores griegos a Shakespeare, es reivindicado por una puesta en escena que olvida el ritual, que sorprende por la sencillez de un barco de papel o una máscara teatral y que parece dar la razón a Starovinski cuando opina de Idomeneo que "es una fábula de la fuerza del amor y el retorno a la vida desde el punto mismo de la muerte".

Los Herrmann han conseguido un Mozart lleno de sutileza, agridulce, abandonado al poder de la música. Y únicamente cuando plantean una sobreactuación teatral, como los minutos finales, para hacer una lectura personal de la historia, es cuando la tensión disminuye porque, al margen del subrayado, los personajes pierden la libertad de ser arrastrados por la música. Fue la única dispersión de un trabajo pletórico y sugerente que juega con la memoria del futuro y sitúa los valores imperecederos de los seres dolientes de la música en un primer plano indiscutible.

Dirigió Michael Gielen a la Camerata Académica de Salzburgo a la antigua, es decir, con un discurso globalmente eficaz y compacto, buscando la continuidad más que la frase cortada y acentuada, dando preferencia al sonido lleno antes que al apunte virtuoso. A pesar de algunos desajustes, la música fluyó con naturalidad.

Los cantantes. Destaca, en primer lugar, su condición de artistas. Están al servicio de una concepción teatral. Jerry Hadley es un tenor dramático afín al carácter de Idomeneo. No estuvo bien. Su inseguridad, su falta de recursos, le perjudicaron y también a sus compañeras de reparto. Vesselina Kasarova (Idamante) se mostró cálida, mucho más centrada que en Cosi fan tutte. En Lubica Orgonasova (Electtra) impera el buen gusto, pero en el área de bravura del último acto se queda un poco atenazada. Dorothea Röschmann (Ilia) es una cantante de voz pequeña y frágil con una administración eficaz y sensible. Fue un reparto que estaba bien, pero sin arrebatar. O quizá sea lo que se pretendía evitar en función de una visión del drama más intimista.

Con Idomeneo se termina el apartado operístico del Festival de Salzburgo del año 2000. En la próxima edición -la última con Mortier como director artístico-, Marthaler dirigirá escénicamente Las bodas de Fígaro; Minkovski dirigirá musicalmente El murciélago, de Johann Strauss; Gergiev y Mussbach estarán al frente de Lady Macbeth de Mtsenk, de Shostakóvich. Además, Donhanyi se hará cargo de Ariadna en Naxos y Gardiner de Jenufa, de Janacek. El año Verdi se celebrará con Falstaff y con la reposición de Don Carlo y Così fan tutte.

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