Tribuna:

Inmigrantes europeos (2)

La población andaluza será de 8.648.000 personas en el año 2049, dentro del escenario extremo de máximo crecimiento por inmigración extranjera sostenida, según datos del avance de resultados del informe sobre Proyección de la Población de Andalucía 1998-2051 del Instituto Andaluz de Estadística. Esto quiere decir que una parte no desdeñable de nuestras actuales familias andaluzas se compondrá en el futuro de personas de otra raza, religión o cultura. La noticia, al provenir de donde proviene, tiene importancia porque nos ayuda a preparar cultural y socialmente a las futuras generaciones...

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La población andaluza será de 8.648.000 personas en el año 2049, dentro del escenario extremo de máximo crecimiento por inmigración extranjera sostenida, según datos del avance de resultados del informe sobre Proyección de la Población de Andalucía 1998-2051 del Instituto Andaluz de Estadística. Esto quiere decir que una parte no desdeñable de nuestras actuales familias andaluzas se compondrá en el futuro de personas de otra raza, religión o cultura. La noticia, al provenir de donde proviene, tiene importancia porque nos ayuda a preparar cultural y socialmente a las futuras generaciones. La memoria de lo que hemos sido para prevenir el futuro, de eso se trata.Dos noticias de estos días veraniegos se me juntan en el ordenador cuando hablo de inmigración. En una nos cuentan que en la Alemania de 2000 existe un grupo denominado Sangre y Honor que organiza conciertos de música donde tocan conjuntos musicales que tienen nombres como Gestapo o Gas Zyklon, el nombre del producto químico que se utilizó en las cámaras de gas nazis. Aquél forma parte de una constelación de grupúsculos alemanes empeñados en resucitar una sociedad pura, incontaminada, libre de africanos y orientales. La otra noticia nos recuerda el olor de carne quemada que todavía tiene en su cerebro un testigo de los campos nazis de la muerte, la tragedia posiblemente más terrible de nuestra historia. Jorge Semprún, testigo y memoria de aquella catástrofe del género humano, nos dice qué puede pasar si nos olvidamos de aquella, cuando desaparezcan aquellos supervivientes que constituyen hoy la memoria viva de lo que ocurrió en Europa entre 1933 y 1945.

Hoy la excusa puede ser que esos inmigrantes quitan trabajo a los nuestros, o bien que no se integran bajo nuestras costumbres. De nuevo surgen actitudes a favor de una teórica sociedad uniforme y homogénea, la nuestra, frente a los extranjeros que vienen a nuestras ciudades al reclamo del estado de la abundancia. Ya conocemos a los actuales exponentes de ese mensaje: Le Pen, Haider, Bruno Mégret y otros más. Ante el futuro que inevitablemente nos espera, la memoria histórica se convierte en pieza indispensable para construirlo de forma civilizada.

JAVIER ARISTU

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