Tribuna:

El doble

Acaba de aparecer una muñeca sexual de cuya perfección vienen haciéndose eco casi todos los medios. Lo más asombroso, al parecer, es que tiene lengua. Y dientes. Los dientes impresionan menos, son demasiado obvios, pero una lengua no necesita mucha ayuda para resultar pavorosa. Todos los animales húmedos lo son. Por eso tenemos tanto miedo a los seres que se mueven en el fango, y en la conciencia. Piensa uno que la lengua artificial de la muñeca se agitará al ser objeto de los ataques sexuales de su dueño construyendo frases de terror en la cavidad bucal. Hay gente que al pensar mueve la l...

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Acaba de aparecer una muñeca sexual de cuya perfección vienen haciéndose eco casi todos los medios. Lo más asombroso, al parecer, es que tiene lengua. Y dientes. Los dientes impresionan menos, son demasiado obvios, pero una lengua no necesita mucha ayuda para resultar pavorosa. Todos los animales húmedos lo son. Por eso tenemos tanto miedo a los seres que se mueven en el fango, y en la conciencia. Piensa uno que la lengua artificial de la muñeca se agitará al ser objeto de los ataques sexuales de su dueño construyendo frases de terror en la cavidad bucal. Hay gente que al pensar mueve la lengua dentro de la boca cerrada. Esta muñeca, según las instrucciones, no piensa, pero mueve la lengua mientras sonríe al eyaculador de carne y hueso. Por algo se empieza.Los hombres la compran al precio de un utilitario como un sucedáneo de la verdadera compañía. Ya sabemos que los sucedáneos no engordan, pero son tristes. Éste, más que a la tristeza, invita al desasosiego. Lo sirven con bragas, sujetador y calcetines. Las bragas y el sujetador resultan obvios si consideramos que se trata de un artefacto sexual, pero los calcetines tampoco necesitan mucha ayuda para resultar pavorosos. Y es que esta muñeca no ha salido de la costilla de Adán, sino de su conciencia. Metes la mano en la conciencia de un hombre y salen de entre el fango las cosas más raras que quepa imaginar. Un calcetín negro, por ejemplo, como una babosa artificial

La industria del doble, en fin, progresa a una velocidad de vértigo. No es que no se hubieran hecho muñecas hasta ahora, pero venían sin calcetines, y sin lengua. A esta última sólo le falta hablar, que es lo que dicen que les falta a los perros. Cuando lo haga, no dirá cosas más profundas ni más terribles de las que le decimos nosotros. Quizá se limite a suplicar al usuario que no le quite los calcetines para sodomizarla. A los pies apenas llega el riego sanguíneo, ni el pensamiento, de modo que están fríos y tontos todo el año. "No me quites los calcetines, por favor", pedirán las muñecas a su violador con la lengua de silicona húmeda. Y su violador, lejos de sentir piedad, notará una erección. Cómo somos.

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