Tribuna:LA OFENSIVA DE ETA

Estrategias y realidades

¿Qué hacer con el quiste etarra? Se han probado muchas vías para fundirlo, pero el problema sigue. Al principio, fue la ilusión: muerto Franco, se acabará ETA víctima del sin sentido. No se tenía en cuenta que cuando la violencia se adueña de una organización de este tipo genera unas dinámicas que escapan a la racionalidad política convencional. Frustradas las esperanzas de un final natural de la violencia, todavía en tiempos de UCD, se impuso la idea de que la cuestión terrorista era fundamentalmente un problema vasco y que había que dar poder y autonomía al PNV para resolverlo. Los demás par...

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¿Qué hacer con el quiste etarra? Se han probado muchas vías para fundirlo, pero el problema sigue. Al principio, fue la ilusión: muerto Franco, se acabará ETA víctima del sin sentido. No se tenía en cuenta que cuando la violencia se adueña de una organización de este tipo genera unas dinámicas que escapan a la racionalidad política convencional. Frustradas las esperanzas de un final natural de la violencia, todavía en tiempos de UCD, se impuso la idea de que la cuestión terrorista era fundamentalmente un problema vasco y que había que dar poder y autonomía al PNV para resolverlo. Los demás partidos se esforzaron en dar márgenes a los nacionalistas, enganchados todos ellos en un tópico de la cultura de la transición que daba por supuesto que las nacionalidades históricas tenían dueño. Después vino el recurso siniestro al terrorismo de Estado, que sólo sirvió para marcar con el sello de la ignominia la peripecia socialista. Felipe González fue configurando una estrategia a tres bandas: pacto con el nacionalismo vasco, represión policial y contactos con la organización terrorista, que pareció que iba a dar fruto en las conversaciones de Argel. Tampoco.A partir del asesinato de Miguel Ángel Blanco, la estrategia del PP adquirió su perfil definitivo: prioridad a la acción policial, antinacionalismo ideológico y firmeza ante cualquier intento de cuestionar el marco constitucional. Esta estrategia provocó el choque con el PNV, que había sido fiel aliado en el Parlamento español. Y las discrepancias se convirtieron en confrontación abierta a medida que el PNV iba avanzando en la estrategia opuesta: acercamiento a EH para forzar la incorporación de la izquierda abertzale a las instituciones como camino para la desactivación de ETA. La batalla ideológica se ha intensificado: constitucionalistas contra soberanistas. Y ha tenido inmediatamente una traducción política: la lucha por el gobierno vasco, equívoco trasfondo de la estrategia del PP.

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La firmeza del Gobierno recogió sus frutos en 1998, con el acorralamiento político-judicial a ETA y a su entorno que obligó a la organización a anunciar una tregua para oxigenarse. El fracaso de la estrategia peneuvista y la confirmación de la tesis gubernamental de la tregua-trampa han deteriorado definitivamente las relaciones entre los dos partidos. ETA hurga en estas contradicciones con una escalada de violencia.

Algunas voces del entorno del PNV piensan que hay que cortar la dinámica frentista utilizando al PSOE como colchón. Pero para ello es necesario saber si el PNV eleva a definitiva la apuesta soberanista -con unidad de fines y discrepancia de medios con el mundo etarra- o recupera el espíritu de pacto en torno al Estatuto de Gernika. Para salir de dudas sería necesaria la renovación de la cúpula dirigente peneuvista. Entonces sabríamos si Arzalluz era un obstáculo o una coartada.

Cuando se anunció la tregua, se pensó que asistíamos al final de ETA por agotamiento de una generación. Después de la tregua, la realidad es que los mecanismos de reproducción de ETA están funcionando. Y que la kale borroka está siendo una excelente cantera de terroristas. Este salto generacional es quizás el factor más preocupante: la cuestión vasca se propaga más allá de la melancolía de las generaciones del antifranquismo.

ETA lo contamina todo. También la escena política. La cuestión vasca incita al PP ejercer sin pudor como partido nacionalista español. Y lo hace bordeando el mal gusto. Aznar, que ha acertado con su firmeza en momentos decisivos, se está gustando demasiado a sí mismo: los ojos, los labios y la sonrisa suenan a frivolidad en el contexto de la cuestión terrorista. El choque de nacionalismos no parece que sea una vía que vaya a dar más éxitos que las anteriores. Convocar elecciones en el País Vasco parece inevitable por la debilidad del gobierno Ibarretxe. Pero poner demasiadas esperanzas en ellas para resolver el problema es asegurar nuevas frustraciones. Dos datos: El recambio generacional en ETA funciona y, gane quien gane las próximas elecciones, los dos bloques estarán en zona de empate.

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Con este panorama, todo proyecto soberanista supone la sumisión de una amplia mayoría (si partimos del mapa vasco que proponen los abertzales) Esto es lo inaceptable, no la independencia. El nudo de la cuestión está como siempre en el reconocimiento de la realidad. Y los discursos nacionalistas sustituyen siempre realidades por mitos.

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