Tribuna:

Verano.

El viernes empezaron las vacaciones de verano y el sábado ya se habían producido 22 muertos en la carretera más 26 heridos graves. Es ley de vida; o de muerte, cabría decir. Cada año igual, cada fin de semana lo mismo: tomarse un asueto, que llaman lúdico, se puede pagar con la vida.Unos días atrás, por celebrar la noche de San Juan según unos ritos que ni se sabe de dónde se los habrían sacado -si es que existieron alguna vez-, hubo tres muertos y más de 40 heridos. Por ahí, Europa arriba, también se las gastan duro: un concierto de rock en Dinamarca se cobró el sábado ocho muertos y numeroso...

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El viernes empezaron las vacaciones de verano y el sábado ya se habían producido 22 muertos en la carretera más 26 heridos graves. Es ley de vida; o de muerte, cabría decir. Cada año igual, cada fin de semana lo mismo: tomarse un asueto, que llaman lúdico, se puede pagar con la vida.Unos días atrás, por celebrar la noche de San Juan según unos ritos que ni se sabe de dónde se los habrían sacado -si es que existieron alguna vez-, hubo tres muertos y más de 40 heridos. Por ahí, Europa arriba, también se las gastan duro: un concierto de rock en Dinamarca se cobró el sábado ocho muertos y numerosos heridos aplastados por una masa enloquecida.Jardiel Poncela contaba en la Tourné de Dios los cataclismos con que celebraba su advenimiento el mundo y nos lo tomábamos a broma. Hace medio siglo, imaginar siquiera que un fasto o una vacación necesitaban provocar fatalmente tragedias humanas era cosa de risa. Los tiempos cambian, obviamente, y ahora las tragedias humanas se han convertido en signo inexorable de los avances imparables de la civilización.

Cuanto más modernos somos, más procede hacer el bestia. La agresividad -o por lo menos su simbología- tiene buena imagen, por tanto, mejor prensa, y es unánimemente aceptada como consustancial al triunfador. A uno le viene llamando poderosamente la atención el especial triunfalismo de los futbolistas cuando marcan un gol. No sólo lo celebran dando saltos de alegría, cabriolas y zapatetas, besos y abrazos, sino que, previa y principalmente, se ponen a pegar puñetazos al aire, a dar cortes de manga, a hacer gestos de venganza o los propios de quien envía a alguien a tomar por saco. En los toros ha cundido el mal ejemplo y las jóvenes generaciones de diestros, en cuanto dan un mísero pase de pecho, sea bueno o malo (en general es bastante malo, para qué nos vamos a engañar) se ponen a hacer las mismas tonterías.

Barrunta un servidor, por los síntomas, que los modernos van de matones quizá no por maldad congénita, sino por ignorancia unida a la estulticia y tienen confundidos el clásico huevo con la máquina de coser, la velocidad con el tocino. Algunos tertulianos, que constituyen la única fuente de sabiduría de la sociedad civil y el faro directriz de sus pautas de comportamiento, proponen que ese asunto de conducir coches sin estrellarse, de no aplastarse en las convenciones musicales y de no confundir las hogueras de San Juan con el incendio de Roma deben enseñarse en las escuelas, programando para ello los oportunos talleres específicos. Claro, que en las escuelas, donde muchos alumnos son incapaces de aprender los puntos cardinales, y de Cervantes no han leído nada y Colón les suena a plaza, no saben dónde meter el cúmulo de peregrinas propuestas sobre la educación que lanzan los tertulianos con un desahogo digno de mejor causa.

Cada día hay en las calles madrileñas una manifestación reivindicativa o tres; cada día, las instituciones oficiales o las ONG lanzan una consigna o tres; cada día, la audacia irresponsable de los tertulianos, o, sencillamente, la publicidad pagada dictan una norma ética o tres. Y el cruce de mensajes, en buena parte ininteligibles e incluso contradictorios, nos tienen a los ciudadanos hechos un lío entre la obviedad y el disparate, sumidos en la zozobra, pues lo único que importa es acertar a pronunciarse por lo políticamente correcto.

La realidad es, sin embargo, que el ciudadano normal no necesita para nada ese bombardeo de pautas morales, de directrices solidarias que le imponen los profesionales de la opinión, como si fuera tonto de remate. El ciudadano normal, por el contrario, andaría más seguro y sería más feliz si hiciera caso omiso a tanta monserga y enviara a esos demagogos a freír vientos; y se burlara abiertamente de esos jovencitos prepotentes que envuelven sus discutibles proezas en violencia y chulería. Y aprovechara las vacaciones para marcharse a donde le dé la gana, y pasárselo tranquilo como mejor pueda, olvidado de prejuicios y sin obedecer consigna alguna.

Cada uno sabe bien lo que es bueno para él y para sus semejantes. Todo lo demás es venta de imagen, hipérbole, demagogia, sofisma, mentira cochina.

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