Tribuna:

Arte sin firma

JOSÉ LUIS MERINO

La exposición de la bilbaína sala Rekalde que lleva por título Sueños mecánicos. Maquinismo y estética industrial, está sustentada en torno una lábil contradicción. No obstante, se debe advertir, sin el menor asomo de duda, que la idea es excelente. Hay que felicitar por ello a quien la ha creado y comisariado.

Con la muestra no sólo se recupera una parte de la memoria industrial vizcaína, a través de las piezas de madera que servían como modelos para su ulterior construcción mecánica, sino que al tiempo se pone en paralelo la relación que han mantenido el arte y...

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JOSÉ LUIS MERINO

La exposición de la bilbaína sala Rekalde que lleva por título Sueños mecánicos. Maquinismo y estética industrial, está sustentada en torno una lábil contradicción. No obstante, se debe advertir, sin el menor asomo de duda, que la idea es excelente. Hay que felicitar por ello a quien la ha creado y comisariado.

Con la muestra no sólo se recupera una parte de la memoria industrial vizcaína, a través de las piezas de madera que servían como modelos para su ulterior construcción mecánica, sino que al tiempo se pone en paralelo la relación que han mantenido el arte y las máquinas a lo largo del siglo XX.

La contradicción se inicia en el mismo escaparate de la calle. Allí se han colocado por el suelo, sin demasiado orden ni concierto, ni al parecer estima alguna, unas piezas que, por otra parte, y desde lo más profundo de la idea, se quieren valorar sobremanera. Algo parecido acaece con las piezas que se muestran en el interior, aunque aquí el montaje sea más armónico y cuidadoso.

El origen de esa contradicción se encuentra en las palabras expresadas a este periódico por el comisario de la exposición. Dijo lo siguiente: "Esta disposición abigarrada está pensada a propósito, para que la gente no piense que son esculturas".

Como respuesta a esas palabras conviene recordar que en términos estéticos es contraproducente coartar la libertad de ver, y mucho más contraproducente coartar la libertad que cada cual posee para decidir qué es arte y qué no. Por si fuera poco, en las paredes de la sala se reproducen, de manera aforística, textos de artistas, arquitectos y escritores -Picabia, Léger, Severini, Baumeister, Le Corbusier, Blaise Cendars, entre otros- donde se hace un canto apologético a la máquina. Un testimonio del pintor Francis Picabia reduce a nada la tesis coartadora esgrimida por el comisario de la exposición. Dice Picabia sin ninguna clase de cortapisa: "Me he amparado en la mecánica del mundo moderno y la he introducido en mi taller".

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Es sabido cómo desde los primeros años del siglo XX muchos artistas, arquitectos y teóricos del arte se inclinaron por dar un valor supremo a la tríada conocida por tecnología, diseño y estética. Además de los autores representados en la propia sala, donde se reproducen obras suyas relacionadas con el maquinismo, otros muchos artistas de reconocido prestigio podían sumarse a esta historia. Bastaría con nombrar a creadores como Marcel Duchamp, Tatlin, Rodchenko, Jean Tingely, Nicolás Schöffer, y un largo etcétera.

Haciendo caso omiso a coartada alguna, el espectador puede disfrutar con la mayoría de aquellas piezas de madera. Por nuestra parte, mientras sentíamos el placer de ver, anotábamos algunas de las marcas que las distinguían. Lo mismo las más grandes que las pequeñas. Era como estar frente a lo que sin pretender ser arte, lo estaba siendo por mor de los artistas verdaderos. Éstos pagaban a la técnica el favor que les prestó con inocente y tenue anteriordad.

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