Reportaje:PLAZA MENOR - VISTA ALEGRE

Fiesta en Palacio

La nueva, flamante plaza palacio de Vista Alegre ocupa el lugar de la "Alegre Chata", como bautizó un crítico taurino de principios de siglo al coso de Carabanchel inaugurado en 1908. Pero la fiesta de los toros había llegado antes a los Carabancheles con una plaza de talanqueras de justa fama entre los vecinos de la capital, una plaza a la que estaba abonado el legítimo don Hilarión, que invitaba a sus conquistas, ataviadas de mantón de Manila y vestido chiné, a los toros de Carabanchel, como cantaban en La verbena de la Pa1oma.Fue Carabanchel real sitio veraniego, segunda residencia de reina...

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La nueva, flamante plaza palacio de Vista Alegre ocupa el lugar de la "Alegre Chata", como bautizó un crítico taurino de principios de siglo al coso de Carabanchel inaugurado en 1908. Pero la fiesta de los toros había llegado antes a los Carabancheles con una plaza de talanqueras de justa fama entre los vecinos de la capital, una plaza a la que estaba abonado el legítimo don Hilarión, que invitaba a sus conquistas, ataviadas de mantón de Manila y vestido chiné, a los toros de Carabanchel, como cantaban en La verbena de la Pa1oma.Fue Carabanchel real sitio veraniego, segunda residencia de reinas, nobles, banqueros e incluso de emperatrices, como Eugenia de Montijo, que lo fue de los franceses como consorte de aquel Napoleón de tercera, tan parecido a un soldadito de plomo, que llegó a emperador en un momento de debilidad de nuestros vecinos galos. La madre de la emperatriz, la condesa de Montijo, se hizo famosa por sus fiestas carabancheleras y pasó a formar parte de la historia del municipio, más tarde anexionado a Madrid, con otros veraneantes de lujo, como las reinas María Cristina, Isabel II y su socio el banquero Salamanca, precursor de todas las ingenierías financieras.

El nuevo palacio de Vista Alegre no tiene nada de decimonónico, levantado sobre la base de un centro comercial que ocupa sus bajos, el coso, cubierto con ingeniosa y móvil techumbre, se inscribe en una arquitectura más bien futurista, con aires de fortaleza o búnker postnuclear, aunque los monumentales toros colocados sobre pedestales en los accesos le proporcionen un toque inesperado de templo asirio o cretense.

Al edificio ideado por el arquitecto Jaime Pérez Aciega no se le puede negar su singularidad y su impacto visual, desmerecido en sus perspectivas por los bloques del entorno, una cuadrícula de calles anónimas que recuperan su identidad con la apertura de la nueva plaza. Brillan con renovada luz las imágenes de corridas y las fotos dedicadas de los diestros en los muros de un anchuroso mesón taurino cuyos mostradores rebosantes de género parecen dispuestos para atender unas bodas de Camacho. Los días de fiesta la afición prolonga, en esta y en otras hospitalarias tabernas del entorno, la tertulia sobre las incidencias del festejo.

Los nombres de las tabernas, como en todos los barrios de este Madrid de inmigrantes, componen el mapa de las diferentes procedencias de sus vecinos: sidrerías asturianas, ventas andaluzas, mesones gallegos, castellanos o manchegos, con sus especialidades autóctonas y sus iconos locales.

El cronista termina la ronda alrededor del ruedo en un mesón segoviano, con su correspondiente Acueducto en la pared y, tras haber pegado el oído a varios corrillos parroquianos, constata la división de opiniones que la irrupción del palacio provoca entre los vecinos de la zona, mayoritariamente a favor de la apertura del coso, pero enfrentados en cuanto a sus valores estéticos y artísticos. Incluso hay puristas que consideran casi blasfema la existencia del centro comercial en los cimientos de un templo que siempre tuvo como únicos mercaderes de nómina a los reventas y a los vendedores de carteles taurinos, pipas de girasol o farias de A Coruña, lotería, bebidas alcohólicas, refrescos o agua de botijo.

Las escaleras mecánicas y los movimientos de la cúpula que de vez en cuando se levanta para dejar salir el humo de los puros, los asientos que se pliegan automáticamente y otros inventos tecnológicos incorporados en el palacio aún encuentran ciertos resabios entre los tradicionales y entre los profesionales, a los que la falta de viento les resta una de las más clásicas excusas de su repertorio para justificar una mala tarde.

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"Más que una plaza parece un circo", comenta un parroquiano, y acierta sin querer con la esencia del coliseo, y otro zumbón dice que se trata del Guggenheim de las plazas de toros. Pero entre chungas y chascarrillos, la opinión más generalizada es que con tiendas o sin ellas, con toros, teatro, circo o variedades, el palacio de Vista Alegre empieza a darle aire y vida al barrio, como en aquellos tiempos evocados por Pedro de Répide cuando la calle del General Ricardos, vía principal de Carabanchel, compartía con la calle de Alcalá "1a animación de los días de toros, al llenarse del público que acude a la plaza carabanchclera".

En un librito recientemente publicado por Ediciones La Librería, Madrid y sus plazas de toros, Francisco López Izquierdo glosa con enjundia la breve historia de Vista Alegre, de 1908 a 1981, cuando echó el cierre y se terminó la alegría que había comenzado un 15 de julio con el paseíllo de los afamados Ricardo Torres Bombita, Rafael González Machaquito y Rodolfo Gaona. El coso, inaugurado por todo lo alto, cerró a la baja el 14 de ju- nio de 1980 con una novillada que contaba en la terna con un diestro llamado El Melenas.

La antigua plaza, la "alegre chata", sufrió enormes destrozos durante la "batalla de Madrid" y fue restaurada en los años cuarenta por la Dirección de Regiones Devastadas. López Izquierdo señala entre los hitos principales de su segunda época la "corrida de los tres gitanos", que en el año 1948 reunió en el ruedo a Cagancho, Gitanillo de Triana y Rafael Albaicín, y la del cincuentenario de su inauguración, en 1958, con la presencia de Antonio Bienvenida, Luis Miguel DoMinguín y Cabañero.

Antonio Bienvenida se despediría de la afición en esta plaza, en la que había toreado diez corridas, una tarde de 1974, acompañado en el cartel por Curro Romero y Rafael de Paula.

En la pequeña historia de la pequeña plaza quedaron más las novilladas que las corridas, novilladas como las llamadas "de la oportunidad", de triunfar como Palomo Linares, que surgió de ellas, o de dejarlo a tiempo, como tantos otros maletillas cuyos nombres sólo quedan en los archivos.

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