Tribuna:

Felipe González

Asombrosas las declaraciones de Felipe González el pasado fin de semana. Ésas en las que se quejaba de la endogamia del PSOE y de que en los debates precongresuales se esté hablando mucho más de asuntos organizativos que de propuestas políticas con las que hacer frente al aznarismo rampante. Todo el mundo con quien he hablado, militante o no, ha tenido la misma idea espontánea: ni que este González no hubiera tenido nada que ver con la situación a la que ha llegado su partido. Pues no surgen tales lamentaciones de la autocrítica -que hubiera sido lo normal y deseable, pero no ahora; hace mucho...

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Asombrosas las declaraciones de Felipe González el pasado fin de semana. Ésas en las que se quejaba de la endogamia del PSOE y de que en los debates precongresuales se esté hablando mucho más de asuntos organizativos que de propuestas políticas con las que hacer frente al aznarismo rampante. Todo el mundo con quien he hablado, militante o no, ha tenido la misma idea espontánea: ni que este González no hubiera tenido nada que ver con la situación a la que ha llegado su partido. Pues no surgen tales lamentaciones de la autocrítica -que hubiera sido lo normal y deseable, pero no ahora; hace mucho tiempo-, sino de la posición extraña de quien se considera al margen, quizás por encima, de las miserias interiores. O como si éstas se hubieran producido a partir del momento en que él se desentiende de la organización.Esto sí que no nos lo esperábamos. Incluso en la hipótesis más benigna para él de que haya querido introducir un revulsivo de fondo en un momento especialmente crítico, es inaceptable que quien hizo el partido y lo gobernó durante un cuarto de siglo a su imagen y semejanza, se sitúe ahora en la posición del observador indignado, que harto recuerda a la del padre colérico que en realidad no supo educar a sus hijos. Eso, por no pensar en cosas peores del tipo no se os puede dejar solos. La inmediata sería: pues no nos dejes o vete de una vez.

Aunque me voy no me voy, aunque me voy no me ausento... dice el fandango. Mas como el flamenco tiene recursos para todo, qué tal el estribillo: paso por tó, paso por tó, pero por esto no paso yo. Y no paso por varias razones que me parecen de mucho peso y, en momentos tan delicados, más todavía. El problema más serio que ha ido acumulando el PSOE en todos esos años ha sido precisamente el de una organización débil al servicio de un líder fuerte. Mucha parafernalia congresual, estatutos y asambleas de base, no han sido sino pura retórica del poder. Un poder que emanaba de arriba y que tenía sus oráculos estratégicamente repartidos. Que nunca daba verdadera explicación de sus actos y que todo lo remitía en último extremo al aura, al carisma del líder. O a los designios del aparato, que era la misma cobertura retórica, en segundo nivel, basada en el principio pseudodemocrático de la cooptación: yo te voto si tú me votas. Sólo así se explican errores como el de haber presentado un candidato a jefe del Gobierno que había sido rechazado por las bases del partido en votación individual y secreta. Ahora ya no tenemos a ese líder fuerte -aunque en realidad no sabemos si lo tenemos o no lo tenemos-, y la debilidad de la organización queda al desnudo y temblando ante la opinión pública. ¿Qué hacer? Pues lo único que puede y debe, por fin: intentar hacerse fuerte y democrática por sí misma, para generar desde abajo la autoridad y la credibilidad que necesita urgentemente, y para luego abordar las propuestas que espera la sociedad. Un partido con verdaderos mecanismos de control interno. Ése es el orden lógico y necesario, y no el otro, que nos ha conducido a lo que nos ha conducido. El entramado jurídico de la democracia es tan importante como el principio de la democracia misma. Parece mentira que Felipe González no conozca, o no quiera conocer, una cosa tan sencilla.

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