Tribuna:

Impecables 'gorrones'

El término gorrón es la traducción más frecuente del inglés free rider. Se trata de un concepto propuesto en 1965 por el economista Mancur Olson (en La lógica de la acción colectiva, 1965) para referirse al dilema que se plantea a todo actor racional cuando tiene la oportunidad de participar en alguna acción colectiva de la que se beneficiará, se sume a ella o no. Hasta entonces se daba por supuesto que lo racional, dada la existencia de un grupo de actores con intereses comunes, era unir los esfuerzos participando solidariamente en la acción colectiva. Pero Olson demostró que puede ser más ra...

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El término gorrón es la traducción más frecuente del inglés free rider. Se trata de un concepto propuesto en 1965 por el economista Mancur Olson (en La lógica de la acción colectiva, 1965) para referirse al dilema que se plantea a todo actor racional cuando tiene la oportunidad de participar en alguna acción colectiva de la que se beneficiará, se sume a ella o no. Hasta entonces se daba por supuesto que lo racional, dada la existencia de un grupo de actores con intereses comunes, era unir los esfuerzos participando solidariamente en la acción colectiva. Pero Olson demostró que puede ser más racional beneficiarse de la acción colectiva sin participar en ella". Hasta aquí lo que dice Enrique Gil Calvo en un Diccionario de Sociología en el que figuro como editor. Por poner algún ejemplo, es racional no pagar impuestos, ya que las carreteras, los hospitales o las escuelas públicas me serán igual de accesibles que a los que sí pagan. O, por poner otro ejemplo, es racional desentenderse de la defensa nacional, no hacer la mili y rechazar todo gasto militar sabiendo que otros (ya sean españoles o americanos) se encargarán de mi defensa.Dejemos para otra ocasión el comentar la perversa ironía de que Olson y tras él no pocos hayamos caído en la tentación de considerar racional a lo descaradamente egoísta (al escaqueo puro y simple) e irracional a la conducta solidaria y ética, perversión demasiado común ya como para llamar la atención. Pues si lo traigo a cuenta es, por supuesto, para comentar el programado desfile del Día de las Fuerzas Armadas en Barcelona. Por fortuna, Pujol ya ha anunciado que presidirá el desfile, aunque no sin reticencias. Lo que no ha impedido una notable conmoción ciudadana que llega a adquirir casi carácter institucional. Las juventudes socialistas consideran el desfile inadecuado; las juventudes de CiU han iniciado una campaña de lazo blanco, lazo por la paz; los nacionalistas movilizan 800 municipios contra el desfile alegando que una parada militar con exhibición armamentística no se aviene con la voluntad de paz de Barcelona y Cataluña, y en la manifestación del sábado participan incluso parlamentarios de CiU. Pasemos por alto el comentario sobre la exhibición armamentística; no creo que un Ejército que exhibe flores o palomas de la paz sea un elemento disuasor muy eficaz, y se trata de eso (digo yo). Lo relevante es que ese movimiento parece contar con un importante apoyo social y político que sólo cabe interpretar como desinterés o incluso valoración negativa de las tareas que realiza el Ejército. Y más relevante aún es darse cuenta de que ese mismo desinterés lo comparten muchos otros españoles.

Nada tengo contra el pacifismo, que en ocasiones puede requerir más valor que la agresión. Pero pensemos en lo que ocurriría si, siguiendo ese extendido antimilitarismo, Cataluña (o España toda) quedara excluida del espacio europeo de seguridad a cuya conservación se dedica el Ejército con sus más que modestos recursos. ¿Seguiría recibiendo las mismas inversiones? ¿Quién pagaría por la seguridad de todos? ¿Qué soldados, qué buques, qué aviones garantizarían nuestros puertos o fronteras? ¿Podemos menospreciar, catalanes o no, la seguridad que nos brinda ese denostado Ejército, sin la cual no cabe Estado ni democracia?

Me temo que nos encontramos aquí con una claro ejemplo de una extendida especie de enfermedad moral que Rafael del Águila, en un excelente libro recién publicado (La senda del mal, Taurus), denomina pensamiento impecable y que consiste en adoptar posiciones éticamente inatacables (como la de rechazar la violencia y las armas), desentendiéndose de las consecuencias políticas de esas posiciones, pero, claro está, en el entendimiento tácito de que siempre habrá alguien en alguna parte que, ensuciándose las manos y quedando mal, tomará la decisión responsable que resulta desagradable aceptar. Pues es un hecho que los jóvenes (o no), catalanes (o no), que menosprecian al Ejército exigen al tiempo, y sin la menor vacilación, lo que ese Ejército garantiza: seguridad, democracia, respeto a los derechos humanos y un largo etcétera. Pensar de modo impecable cuando con ello se paga algún precio es ciertamente impecable. Pero hacerlo cuando con ello se lanza la carga sobre el vecino para que pague él la ronda es sólo un modo astuto, aunque no muy honesto, de seguir la estrategia olsoniana del gorrón, pero, para mayor inri, poniéndola como modelo legítimo e impecable de conducta. Y eso es ya demasiado.

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