Editorial:

El gran fisgón

Ninguna época antes que la nuestra ha sido tan obsesiva con la idea de la transparencia, en el trabajo, en la política, en los negocios, en las relaciones personales. De la exacerbación de ese espíritu moderno nacen perversiones comerciales como la de Gran hermano. Ensayado en Holanda, en el Reino Unido, en Alemania, próximanente en Estados Unidos, en todas partes ha logrado un extraordinario éxito de audiencia, hasta traspasar la categoría de un espacio en la televisión, convirtiéndose en un suceso comunitario. ¿Un escándalo social también? Sería una hipocresía anacrónica consternarse a estas...

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Ninguna época antes que la nuestra ha sido tan obsesiva con la idea de la transparencia, en el trabajo, en la política, en los negocios, en las relaciones personales. De la exacerbación de ese espíritu moderno nacen perversiones comerciales como la de Gran hermano. Ensayado en Holanda, en el Reino Unido, en Alemania, próximanente en Estados Unidos, en todas partes ha logrado un extraordinario éxito de audiencia, hasta traspasar la categoría de un espacio en la televisión, convirtiéndose en un suceso comunitario. ¿Un escándalo social también? Sería una hipocresía anacrónica consternarse a estas alturas, tras los muchos reality shows y la diaria promiscuidad que facilita Internet, del formato que ha difundido Endemol, la productora que ha inventado Big brother.En todo caso, lo que al final ha interesado a los espectadores ha sido menos la oportunidad de atisbar alguna pornografía carnal, abundante en los videoclubes, que la pornografía de los conflictos interpersonales en el confinamiento. La clase de avidez con la que se siguen las evoluciones de los concursantes, expuestos por dinero a la observación, provoca sin duda un espontáneo rechazo estético y moral, porque el programa es feo, monótono, produce vergüenza, desagrado, violencia interior. Pero su éxito procede probablemente de esta reiterada apariencia de simple verdad, de realidad en directo y de libre voyeurismo sobre la vida vecinal. De esta manera, lo que todavía quedaba como un reducto sagrado o exclusivo, libre de explotación comercial, pasa ahora también a manos del mercado. Parte de todo esto se brinda en sesión continua, maquillado, dirigido, monitorizado, mercantilizado, en Gran hermano. La convergencia entre la inconfesada demanda del espectador y la oferta de la pantalla garantiza el gran éxito económico del espectáculo. En el futuro asistiremos a muchos más productos de esta clase y, para entonces, las actuales alturas de la que hoy llamamos televisión basura se habrán salvado por edificios de impudor todavía más elevados. Pero, tanto para entonces como para ahora, en la libertad de cada cual residirá la decisión de implicarse o no en las experiencias que surgen de la realidad o de las pantallas.

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