Tribuna:

Desbandadas

De pronto, una oleada más de libros sobre la condición femenina: Medias miradas, de Enrique Gil Calvo, en Anagrama; El primer sexo, de Helen Fisher, en Taurus; Ser mujer, de media docena de autoras, en Temas de Hoy y Modelos de Mujer, una colección de Plaza y Janés que ha lanzado a la vez cuatro volúmenes. Lo peculiar de la incesante intensidad con que se acomete el movimiento de emancipación femenino puede ser que llegue a tener demasiado éxito. Ya apuntaba esta posible consecuencia Jean Baudrillard en Pantalla total (Anagrama), una obra donde casi todo rueda como una blanda, hermosa e insono...

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De pronto, una oleada más de libros sobre la condición femenina: Medias miradas, de Enrique Gil Calvo, en Anagrama; El primer sexo, de Helen Fisher, en Taurus; Ser mujer, de media docena de autoras, en Temas de Hoy y Modelos de Mujer, una colección de Plaza y Janés que ha lanzado a la vez cuatro volúmenes. Lo peculiar de la incesante intensidad con que se acomete el movimiento de emancipación femenino puede ser que llegue a tener demasiado éxito. Ya apuntaba esta posible consecuencia Jean Baudrillard en Pantalla total (Anagrama), una obra donde casi todo rueda como una blanda, hermosa e insonora catástrofe. En este caso, el éxito del movimiento femenino podría desembocar en una rara frustración general. Podría conducir a la situación extraña de que una reivindicación más de las mujeres contra el poder de los hombres derivara en el resentimiento de las mujeres contra el "no poder" de lo masculino. Cabe, sin duda, objetar que para llegar hasta ese punto todavía falta un largo trecho, pero un síntoma es la queja ya creciente sobre la debilidad de lo masculino en las revistas del mundo Elle. No se estaría avanzando por tanto hacia una mayor y deseable sentimentalidad o ternura masculinas sino hacia el desarme, la vacilación de la identidad y el detrimento del carácter. De hecho, en lo biológico, los espermatozoides no son ya tan numerosos, ni tan audaces y codiciosos como lo eran. Ante el auge de lo femenino el desmayo masculino insinúa una pérdida de interacción, y así como el niño odia secretamente a esos padres débiles que no asumen el papel de padres y aprovechan la emancipación de los niños para liberarse o desprenderse de su papel, las mujeres pueden odiar pronto a los hombres que abdican de su condición y caen en una ambigüedad pusilánime. En ese caso, el triunfo de la emancipación se convertiría en su contrario. ¿Será éste el fin? No parece de ninguna manera fácil determinarlo, pero ciertamente, a uno y otro lado del género se registran hoy, sin esperarlo, signos de desafección y de fastidio recíprocos que se traducen, por un lado, en la unión cada vez más estrecha de las mujeres entre sí y, por otro, en una desganada y triste desbandada entre los hombres.

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